miércoles, 26 de agosto de 2009

al Salir de la Guardería. Teresa

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.

¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Marta y Sofía resultaron ser, con mucho, las menos discretas, y al día siguiente menudearon las frases de doble sentido, del estilo "Charlie hace maravillas con su pc", seguidas de risotadas. Las otras les miraban con gesto de incomprensión, aunque terminé por temerme que igual a alguna se le ocurría el origen de las bromas. Pero, si eso sucedió, ninguna se refirió a ello.

Luego la conversación derivó hacia qué famosilla se lo monta con quién, qué otra tiene preferencia por su mismo sexo, cual de las chicas de "Gran Hermano" lo ha hecho con no sé quién, etcétera.

- Muchas veces no sé si todo eso es un montaje para vender la exclusiva, y resulta que X no se come una rosca ni con su marido ¡jejeje!, o si verdaderamente es que hay mujeres capaces de bajarse las bragas ante cualquiera –intervino Teresa.

Eva se la quedó mirando con cara de coña.

- Mujer, ante cualquiera no, pero no me dirás que tú misma no conoces a alguien delante del cual te gustaría bajártelas…

Y me estaba mirando con gesto pícaro mientras lo decía.

Un coro de risas acogió su respuesta. Yo estaba mientras intentando poner nombre a la chica que pasa de vez en cuando a casa de un vecino, etc. única duda que me quedaba de las insinuaciones de Eva. Solo podían ser Teresa o Virginia, y yo me inclinaba por la primera.

- ¡Eh Charlie!, que te estamos hablando –Marta interrumpió mis pensamientos sacudiéndome un hombro.

- Lo siento chicas. ¿Cuál era la pregunta?

- No, que estás muy callado, y la peña quiere saber qué opina de todo esto el único varón presente –informó Teresa.

- Mmmmm, veréis. La mayor parte de lo que estabais contando me suena a chino, porque no sé quién es la cantante de la que hablabais, y en casa no vemos "Gran Hermano".

- ¡Mirad con que habilidad se sale por la tangente! –saltó Virginia.

- No, no es eso, ¡jajajajaja!. Antes de que me cortaras, iba a decir que solo puedo hablar de lo que opino al respecto de forma genérica.

Había seis rostros femeninos pendientes de mis palabras, y por primera vez desde que las conocía estaban todas calladas.

- No quisiera que ninguna de vosotras se ofendiera, de manera que os pido perdón de antemano. Entre las especies animales, la del homo sapiens destaca por varias cosas, una de las cuales consiste precisamente en estar dispuesto para tener relaciones sexuales en cualquier momento…

- ¡Jajajajajaja!, pues yo conozco más de un homo sapiens que no está dispuesto nunca –bromeó Eva mirando en dirección a Lucy, que se ruborizó visiblemente.

- Deja al chico que termine –reprochó Virginia.

- ¿No lo dirás por mí? –pregunté a Eva con cara de fingido enfado.

- Noooooo, ¡jajajajajaja!, me da que tú perteneces más bien a la especie del homo erectus –respondió rápida la chica, entre las carcajadas de las otras cinco.

- Me le vas a avergonzar –recriminó Virginia-. Continúa, Charlie, y vosotras calladitas, que estáis más guapas.

- Bueno, la pega es que tenemos un problema, y es que nuestras crías son dependientes durante muchos años, y la Naturaleza ha respondido a ello con una serie de adaptaciones, como el sentimiento del amor, por ejemplo, para obligar a la pareja a que permanezcan juntos mientras el cachorro no pueda valerse por sí mismo. Y nosotros hemos adornado todo esto con una montaña de palabras, papeles y ceremonias, como "matrimonio", "fidelidad" y "celos", por ejemplo.

- Ya le diré yo a tu mujer, ya, que estás con ella solo hasta que Fedra crezca –bromeó Lucía.

- ¿Por qué no te callas, rica? –le amonestó Eva.

- Está bien que bromee, que me estaba poniendo muy serio. Bueno, pues al final, sucede que nuestros instintos nos impulsan en un sentido, mientras que nuestra educación pone toda una serie de cortapisas a que nos dejemos llevar por ellos. En fin, chicas, que esta conversación podría llevarnos muy lejos, y quién más quién menos tenemos cosas que hacer. Resumiré diciendo que si fuéramos capaces de mantener la unión con nuestra compañera o compañero, y al mismo tiempo pudiéramos satisfacer nuestros impulsos sexuales con otra u otras personas, sin que nadie se rasgara por ello las vestiduras, empezando por nuestra pareja, seríamos todos más felices.

- Vale, Charlie –saltó rápida Teresa-. Como teoría está muy bien, pero ahora te pregunto: ¿qué pasaría (es un ejemplo, no te ofendas) si Ana decidiera prescindir de las adaptaciones que decías y seguir sus instintos primarios? ¿O es que lo que estabas diciendo sólo es válido para los machos de la especie?

Lo pensé unos segundos. No porque tuviera que decidir qué responder, sino cómo, porque mis ideas están muy claras al respecto.

- En un mundo hipotético, en el que no contara qué pueden pensar los demás sobre ello… bien, si estuviéramos en ese mundo de ciencia-ficción, te diría que Ana es una mujer libre, y que yo no soy su dueño. ¿Comprendes lo que quiero decir?

- ¡Huy!, las diez, y tengo aún un montón de cosas que hacer. Os dejo, mañana podemos seguir hablando del tema –intervino Virginia.

Las chicas parecieron dar por finalizada la conversación, y comenzaron a levantarse. Anoté mentalmente el hecho de que Virginia aparentaba estar realmente interesada en conocer mi opinión. Las demás… bueno, la cuestión se prestaba al morbo o a las bromas. Pero me dio la impresión que ella se lo había tomado muy en serio. Y que no había sido casual que cortara la conversación.

¤ ¤ ¤

Una hora más tarde estaba ante la caja del "super" con un carro lleno hasta la bandera. Alguien me tocó en la espalda, y me volví. Teresa me miraba con una sonrisa de oreja a oreja:

- ¡Vaya, qué casualidad!

- Perdona cielo, no había advertido que estabas detrás.

- Ya me he dado cuenta. Yo salía sin compra, pero te he visto, y me he acercado a saludarte. ¿No te importa, verdad? –preguntó, dirigiéndose a la cajera.

Me ayudó a llenar las bolsas, y cuando terminé, se puso a mi lado. No creo demasiado en las casualidades, de manera que por un momento pensé si… No perdía nada por probar.

- Iba a tomarme otro café. ¿Me acompañas?

- Por supuesto.

¤ ¤ ¤

Teresa dio un sorbo de su taza, y pareció pensárselo antes de comenzar a hablar.

- Oye Charlie, antes no pude preguntarte. Es que me dejaste pensando sobre eso de que todos seríamos más felices si nos dejáramos llevar por nuestros impulsos… ya sabes.

- Sexuales –completé su frase.

- Eso. Bueno, pues me estaba preguntando si tú sientes de vez en cuando… no sé como decirlo. ¡Vaya!, impulsos de esos cuando estás con una mujer distinta de Ana.

La miré detenidamente. No se puede decir que Teresa sea una belleza, pero tiene su atractivo. Me gusta sobre todo el hoyuelo que se le forma en las mejillas cuando sonríe. Sus pechos son algo más que medianos, y tiene unas amplias caderas. Nunca había visto sus piernas, porque siempre usa pantalones holgados, pero su postura en ese instante, con las piernas cruzadas, resaltaba unos muslos de lo más apetecible.

«Y, ¿por qué no? –me dije»

- Claro que sí. Ahora mismo los siento, sin ir más lejos. ¿A ti no te sucede nunca?

Compuse una enorme sonrisa al decirlo, para tener la excusa de que lo había dicho en broma, aunque lo que estaba haciendo en realidad es lanzar una señal. Teresa enrojeció ligeramente y bajó la vista.

- Con más frecuencia de la que me gustaría reconocer –confesó.

Decidí lanzarme a la piscina.

- Bueno, la cuestión es que a mí ahora mismo no me importaría nada hacer el amor contigo. Otra cosa es que tú estés sintiendo o no esos mismos impulsos de los que hablábamos.

Me miró muy seria.

- ¿Qué pensarías de mí si te dijera que sí?

- No puedo pensar nada malo porque confieses sentir el mismo deseo que yo. Escucha, conozco un hotel discreto cerca de aquí, donde podemos tomar una habitación por un par de horas. ¿Qué dices?

¤ ¤ ¤

Debo reconocer que los dos estábamos un poco cortados cuando cerré detrás de mi la puerta del cuarto del hotel. Y lo peor es que ninguno de nosotros disponía de tiempo para una larga conversación que rompiera el hielo antes de pasar "a mayores". Nos habíamos quedado los dos en pie frente a frente, mirándonos, sin saber muy bien qué paso dar a continuación.

No pude evitar sonreír:

- ¿Sabes qué parecemos? Dos adolescentes en su primera cita.

- ¡Jajajajaja!, tienes razón, pero es que es una situación un poco…

- Ya no somos dos quinceañeros, de manera que… ven, acércate –le invité.

¿Acercarse? Hizo más que eso: se pegó a mí como una lapa, aunque sin decidirse aún a más. Aunque sus senos estaban en contacto con mi pecho, y su vientre aprisionaba mi erección, continuaba con los brazos caídos a lo largo de sus muslos. Le tomé por la barbilla, mirándome en sus ojos, y acerqué muy despacio mis labios a los suyos.

Fue como si el beso hubiera desencadenado una reacción en cadena en Teresa. Ahora sí, se abrazó estremecida a mi cuerpo, y su beso se hizo más mordisco que otra cosa, mientras gemía entrecortadamente. Nos arrancamos la ropa mutuamente, más que desvestirnos y, sin deshacer el abrazo, fuimos andando despacio hacia la cama, en la que Teresa se tendió boca arriba.

Me tumbe sobre ella, y le mordí suavemente los labios. Sus manos fueron a apresar mi pene, lo acariciaron y estrujaron, hasta casi el límite del dolor.

Nos revolcamos a impulsos del deseo que nos consumía a los dos. Teresa quedó encima, con sus piernas muy abiertas y su sexo destilando gotas de humedad que podía sentir en mi pubis. Introdujo una mano entre sus propias nalgas, tras de ella, y guió mi erección hacia la entrada de su vagina.

Con las manos apoyadas en mis hombros, y el rostro contraído en una mueca de deseo, hizo deslizar su cuerpo hacia abajo hasta conseguir que mi glande tocara el fondo de su conducto. De alguna forma, consiguió arrodillarse sin permitir que mi pene abandonara la cálida opresión de su húmedo túnel, y su pelvis inició un movimiento espasmódico de vaivén. Me quedé quieto, permitiendo que la chica hiciera todo el trabajo, con mis cinco sentidos concentrados en disfrutar el momento: la vista se recreaba en sus mejillas intensamente arreboladas, y en el rostro con el ceño fruncido que dibujaba una mueca que podría haber sido de dolor en otras circunstancias, pero que yo sabía que expresaba un placer sin límites. Mi lengua estaba degustando su saliva entre nuestras bocas unidas. Mi oído se deleitaba con los gemidos rítmicos que escapaban de su garganta y, por fin, sentía el contacto de su cuerpo sudoroso en cada centímetro de mi piel, el tacto de la rugosidad de sus pezones entre mis dedos, y el deslizamiento de mi erección en el interior de su vagina.

La eyaculación me sorprendió, sin que un instante antes hubiera tenido indicios de su inminencia. Acompañando a las sacudidas de mi pene, Teresa elevó el tono de sus quejas que no eran tales, e incrementó el ritmo de sus movimientos reptantes sobre mi cuerpo. En un momento dado, su cuerpo se envaró, quedándose inmóvil durante unos instantes con la boca abierta, y después se desmadejó, jadeando como si hubiera terminado una carrera de fondo.

¤ ¤ ¤

Teresa se estiró como una gata, con una sonrisa satisfecha en su rostro, que aún conservaba el rubor de su excitación. Luego miró el reloj, y compuso un gesto de sorpresa:

- ¿Te has dado cuenta de la hora que es? –preguntó, mientras se incorporaba.

- Mmmmm, supongo que aún tendrás tiempo para una ducha rápida –insinué.

Pero la ducha fue todo menos rápida.

- ¡Jajajaja!, Charlie, llevas más de dos minutos enjabonándome el…

Era cierto. Mis dedos estaban recreándose en estrujar su abultado sexo, frotando sus inflamados pliegues desde hacía mucho tiempo.

- Pues tú no te estás quedando atrás –murmuré en su oído, sintiendo sus dedos resbalar arriba y abajo por mi pene, que estaba recuperando poco a poco su dureza.

- Aún me queda tiempo para otro… -susurró con voz melosa.

Pasé una mano por entre sus muslos, elevando una de sus piernas por la corva. Teresa me echó los brazos al cuello para guardar el equilibrio, y guié mi pene con una mano hasta la entrada de su vagina. Una contracción de mis caderas, y la penetración fue completa.

Teresa se estremeció, gimió tres o cuatro veces, y noté cómo su orgasmo se desencadenaba nuevamente. Hube de sujetarla, porque la única pierna que sostenía su peso se dobló cuando alcanzó la meseta de su placer.

La mantuve abrazada contra mi cuerpo, hasta que recuperó el ritmo normal de su respiración. Finalmente sonrió, abrió los ojos, y me mordió el lóbulo de una oreja:

- ¿Tu aún no…?

Pues no. Y además, estaba perdiendo la erección por momentos. Pero Teresa tenía un remedio para ello. Se arrodilló en la bañera, mientras caían sobre nosotros chorros de agua tibia, tomó mi pene entre dos dedos, y se lo introdujo en la boca, mientras acariciaba mis testículos. Le bastaron escasos treinta segundos para conseguir que la semiflaccidez se tornara dureza, y yo notara los signos precursores de una eyaculación inminente.

Traté de apartarla, pero se aferró a mis caderas sin permitirlo. Con un gran esfuerzo conseguí extraer mi miembro palpitante de su boca, la empujé suavemente hasta dejarla sentada en el borde, y tuve apenas el tiempo suficiente para arrodillarme entre sus piernas y derramar mi carga en el interior del otro orificio dilatado que mostraba entre sus muslos.

¤ ¤ ¤

De nuevo la conduje en mi auto hasta el parking del supermercado donde había quedado el suyo. Ella mantuvo todo el trayecto una mano en mi entrepierna, que acariciaba de tanto en tanto.

Después de estacionar en una plaza libre situada en un rincón no muy bien iluminado, la atraje contra mí, y probé otra vez el sabor de su boca entreabierta.

- Tenemos que repetir esto con más tiempo. Vamos, si tú quieres, -susurré, con los labios casi pegados a su mejilla.

- Cuando tú me lo pidas –respondió-. Estaré encantada de bajarme otra vez las braguitas delante de ti, como decía Eva esta mañana, ¡jajajajaja!.

Aún le quedó tiempo para otro beso interminable, antes de abrir lentamente la puerta de mi coche y dejarme solo en su interior.

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