miércoles, 26 de agosto de 2009

Al Salir de la Guardería. Virginia

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.

¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.


Ya había perdido la esperanza con Virginia. Ella no había vuelto a referirse a mi encargo, y yo no tenía el más leve interés en llevarla a casa uno de los días en que está la asistenta. Llegó el viernes, y me dije que el lunes siguiente probaría suerte de nuevo. Pero no hubo caso.

- Charlie, que no creas que me he olvidado de lo tuyo. Es que con lo de mi madre he andado muy liada esta semana, pero si te viene bien el lunes, te acompaño después de la cafetería –ofreció, con una de sus cuidadas manos posadas en mi brazo.

Debí poner cara de gilipollas. ¡Tanto darle vueltas, y la chica se ofrecía, precisamente el día adecuado! Reaccioné rápido.

- El lunes estará muy bien, cielo. Gracias.

¤ ¤ ¤

Y pasó el fin de semana, y llegué el lunes a la guardería con un cosquilleo de anticipación en los bajos, aunque todavía no tenía ni idea de cómo resolver el problema principal. O sea, cómo hacer para bajarle las braguitas a Virginia, una vez nos encontráramos a solas.

- ¿Vamos, Charlie? –preguntó la chica cuando salimos de la cafetería.

Me volví, y pude ver miradas de complicidad en algunas de las otras, que casi unieron sus cabezas para cuchichear algo que, claramente, tenía que ver con Virginia y conmigo.

- Esas malas pécoras están pensando lo que no es…

Virginia me dirigió una mirada irónica:

- A lo mejor tienen motivo para pensar mal. ¿No, Charlie?

«¡Glub! ¿Le habrán contado a Virginia…? No, no creo, todas tienen motivos para callar»

- ¿Sabes? Ayer por la tarde conocí a Ana, tu mujer. Bueno, ya la conocía de vista, de encontrarnos a la hora de recoger a los niños, pero no había tenido ocasión de hablar con ella.

- ¿Qué impresión te produjo?

- Ana es una chica preciosa y muy simpática. Eres un tío con suerte, Charlie.

- Gracias, cielo. Si me permites el piropo, tu marido es también un hombre afortunado.

- Por cierto, que hasta que hablé con ella de lo de redecorar vuestro salón, tenía la duda de si se trataba solo de un pretexto para que te acompañara a tu casa, pero Ana estaba al tanto de ello, de manera que…

Y su rostro era la imagen misma de la malicia al decirlo.

- ¿Pretexto? ¿Y con que otra finalidad iba yo a quererte llevar a mi casa, si no es para que nos hagas un proyecto? –respondí, con mi mejor cara de niño bueno.

- Tú sabrás, cariño, ¡jajajajajaja!. No sé si has advertido que tienes a todas las chicas alborotadas…

«¡Joder!, ésta sabe algo, por no decir todo»

- Bueno, no es de extrañar. Soy el único varón sobre la Tierra -bromeé.

¤ ¤ ¤

Durante un buen rato, Virginia se dedicó a tomar medidas y tomar notas en un bloc, haciéndome mil preguntas sobre colores, tipos de muebles, y cosas así. Finalmente convinimos en que, puesto que tenía oportunidad de ver a Ana en las tardes, era mejor que mi mujer le acompañaría al estudio de su marido, donde sería más cómodo que eligiera en los catálogos y muestrarios de tejidos.

- A mí me enseñas un boceto cuando hayáis terminado las dos, que es la única manera de hacerme idea; soy incapaz de imaginar como quedarían unas cortinas, pongo por caso, solo viendo un retazo del tejido.

Finalmente, Virginia se sentó a mi lado en el sofá.

- Tenéis una casa preciosa, Charlie. ¿La decoración es obra de Ana o tuya?

- Más cosa de mi mujer que mía. Pero los dos compartimos la afición a los muebles sencillos, de manera que está a gusto de ambos.

Se puso en pie.

- ¿Por qué no me enseñas el resto?

Le acompañé en un recorrido por todo el piso. Ella iba haciendo comentarios del estilo de "aquí quedaría precioso un no sé qué" o "¿se os ha ocurrido que poniendo esto aquí y aquello allá, la habitación daría mayor sensación de amplitud?".

- Oye, Charlie –preguntó en un momento determinado-. He visto varios cuadros con muy buena pinta, originales. ¿De quién son?

- Este… bueno, es otro de mis hobbies. No soy un maestro, pero me entretengo, y no nos cuesta una fortuna llenar las paredes.

- ¿Tienes más cuadros?

- ¡Jajajajaja!, ¿no pensarás hacerme una oferta?

- Pues sí, estaba pensando precisamente en ello.

- ¡Venga ya! Solo soy un aficionado, y casi no dispongo de tiempo.

En ese momento llegamos a una de las dos habitaciones vacías, precisamente la que utilizo para pintar. El domingo en la noche había terminado mi último cuadro, que estaba sobre el caballete, cubierto con un lienzo blanco. Virginia se acercó, retiró el paño sin pedirme permiso, y se quedó mirando con un gesto de asombro o no sé qué otra cosa. Pero el caso es que no despegó los labios durante unos minutos. Finalmente, pareció salir del trance.

- Es hermosísimo, Charlie.

- ¡Bah, boba!, no exageres.

Pero lo cierto es que estaba superorgulloso de mi obra. Representaba a Ana completamente desnuda, sentada junto a un jarrón lleno de flores rojas. Tenía las dos manos sobre el regazo, ocultando el pubis y, aún en la pintura, su actitud y su rostro irradiaban una especie de serenidad que, indudablemente, era lo que había impresionado a Virginia.

- ¡Joder, Charlie!, ¿cómo has conseguido esa expresión? Si no tienes título, te sugiero "Mirada Amorosa" o algo así.

Al final iba a creerme que se trataba de algo más que un mero pasatiempo. Aunque una cosa era cierta: a mí también me producía una especie de opresión en el pecho contemplar el rostro que parecía mirarnos desde el lienzo. Virginia parecía dubitativa. Se volvió en mi dirección.

- Me estaba preguntando si tú… No, nada, olvídalo.

- Venga, mujer, dilo –le animé.

- Es que no creo… En fin, ha sido una idea estúpida.

- Oye, creo que hay la suficiente confianza como para que me digas lo que sea.

Sonrió.

- Es que imagino que a Ana no le haría demasiado feliz… Verás, por un momento se me ocurrió la loca idea de pedirte que me retrataras desnuda, para regalarle el cuadro a Andrés. Pero es una tontería, no he dicho nada.

Debí abrir la boca dos palmos. Durante unos segundos, quedé sumido en la más completa estupefacción, y me costó trabajo reaccionar.

- ¿A Ana dices? Pues no sé que opinaría tu marido si un día apareces con una pintura como ésta…

- Si te lo he dicho es porque sé que Andrés no se lo tomaría a mal, sino al contrario. Pero Ana…

Después de la impresión, me estaba imaginando a Virginia sin ropa posando para mí, y la imagen mental me causó una erección instantánea.

- ¿Y si te digo que para Ana tampoco sería un problema?

Ahora fue ella la que expresó en su rostro la sorpresa más absoluta.

- ¿Quieres decir que a tu mujer no le importaría que me pintaras desnuda?

- Bueno, tú misma. Mira, esta tarde, cuando coincidas con ella en la guardería, se lo preguntas.

- ¡Anda ya! –rebatió sonriendo.

Pero luego fue perdiendo el gesto risueño, al advertir que yo no parecía estar bromeando.

- ¡Lo estás diciendo en serio!

- Y tan en serio.

No sé si es que me creyó, o que decidió seguirme la corriente, por ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

- ¿Y como me pintarías?

Tomé mi bloc de dibujo y un lápiz, me senté en una silla, y comencé a hacer un boceto rápido, sin mucho detalle, mientras ella se inclinaba a verlo por encima de mí, con las dos manos puestas sobre mi hombro, los pechos cosquilleándome la espalda, y su mejilla muy cerca de la mía. El resultado sobre el papel era un somero dibujo de una mujer sentada, con el cabello suelto ocultando uno de sus senos, y una pierna flexionada en alto, mostrando el sexo que representé como una línea apenas definida. Las facciones no estaban marcadas, sino que boca, nariz y ojos eran únicamente unos trazos sin detalle.

- Me pasa como a ti con el tejido, ¡jajajajaja! Que no puedo hacerme una idea de cómo quedaría.

La boca se me secó instantáneamente.

- Podría completar tus rasgos, pero el resto solo puedo imaginarlo…

La chica miró a un lado y otro, como buscando algo.

- ¿Dónde puedo dejar la ropa?

No podía hablar. Tenía una especie de bola en la garganta que me impedía articular palabra. Me limité a señalar el ropero vacío que había tras de ella con la mano.

- Te dejo unos minutos para que… -pude articular al fin.

- ¡No seas bobo! –me interrumpió-. En serio, no me importa, quédate.

Llevaba un traje sastre con chaqueta corta entallada y pantalón ajustado de color gris con una fina línea blanca, que resaltaba la perfección de sus largos piernas. Debajo solo podía ver un triángulo de lo que parecía una blusa de seda, cerrado hasta el cuello.

Se despojó de la parte superior, y me quedé viendo chiribitas. La blusa no tenía espalda ni mangas. Obviamente, bajo "aquello" no casaba un sujetador, y no lo había: por el costado que me quedaba visible, la "blusa" estaba lo suficientemente ahuecada como para permitirme contemplar la totalidad de uno de sus tiesos pechos. Me sentí morir. Más, cuando me dirigió una sonrisa absolutamente tranquila, como si fuera cosa de todos los días quitarse la ropa delante de mí.

Descorrió la cremallera de su cadera izquierda. Por la abertura pude distinguir la estrecha tira de la cinturilla de un tanga de color rosa, mientras ella tomaba asiento en una especie de escabel frente a mí, único otro mueble que había en la habitación. Se inclinó para descalzarse los zapatos de tacón negros, y luego se puso de nuevo en pie y se quitó el pantalón, que plegó cuidadosamente, colgándolo en una percha del ropero, como había hecho antes con la chaqueta.

Si hacías abstracción de la fina cinta en su cintura, por detrás no parecía llevar nada. Se volvió, y por la parte delantera, la prenda íntima tenía la forma de una especie de "v", cuyo vértice superior terminaba en la mitad de su pubis, que no presentaba el más ligero asomo de vello.

Dirigió las dos manos a su nuca, y sus senos abultaron la prenda superior, marcando perfectamente sus pezones erectos. Desabrochó los botones que mantenían la prenda sujeta en la parte posterior de su cuello, y luego mantuvo la tela sujeta sobre sus pechos, con una sonrisa coqueta.

Apartó el brazo, y dejó que la parte delantera de su blusa descendiera. ¡Qué maravilla de senos! Altos y juntos, con unas pequeñas aréolas oscuras, que parecían enmarcar las tiesas puntas que se erguían en su centro. Finalmente la sacó por su cabeza, y la depositó sobre el cercano asiento. Luego tomó con las dos manos la cinturilla de sus braguitas, y las hizo deslizar despacio por sus piernas, extrajo los dos pies, y la colocó sobre la seda blanca.

Mantenía la sonrisa, mientras llevaba sus manos a la nuca, y deshacía el rodete que sujetaba sus cabellos castaños. Los dejó caer, como una cascada que cubrió en parte uno de sus pechos, y luego se quedó quieta, mostrándome su esplendida desnudez de estatua griega, con la misma tranquilidad que si aquel cuerpo perfecto fuera efectivamente mármol, no carne y sangre ardientes.

- ¿Dónde me pongo?

A duras penas conseguí salir de mi parálisis. Me acerqué a ella, y coloqué mi asiento frente a la luz que entraba a raudales por la ventana.

- Ven, siéntate aquí –le indiqué.

Lo hizo, y adoptó la misma posición de mi boceto. Yo seguía maravillado por la naturalidad con que la chica me estaba mostrando su sexo lampiño, sin pudores ni inhibiciones de ninguna clase.

Me acerqué, y terminé de cubrir uno de sus pechos con los cabellos. No fue intencionado, pero rocé el pezón con el dorso de la mano, y sentí una especie de hormigueo que me recorría desde el punto del contacto hasta mis hinchados testículos. No quise comprobarlo, pero mi erección debía ser a estas alturas evidente.

Me costó un gran esfuerzo controlar el temblor de mis manos. El lápiz se deslizaba sobre el papel como provisto de vida propia, captando la silueta de la hermosa mujer que me sonreía desde su lugar, inmóvil como la estatua de que hablaba. Finalmente, el trabajo estuvo terminado, y me recreé en su contemplación unos segundos.

- ¿Cómo ha quedado? –preguntó, poniéndose en pie y dirigiéndose hacia mí.

Le mostré el resultado. Se quedó muda, con los ojos muy abiertos. Al fin consiguió reaccionar:

- Es muy hermoso, Charlie.

Su admiración parecía genuina, y me dije que había de ser entonces o nunca.

Pasé un brazo en torno a su cintura, la atraje contra mí, y me miré en sus ojos oscuros, en los que había chispitas como pequeñas estrellas. Me incliné muy lentamente, y rocé suavemente sus labios llenos con los míos. Cerró los ojos, y entreabrió la boca. Cubrí entonces de pequeños besos las comisuras, sus párpados, y las aletas de su nariz que temblaban con el ritmo de su acelerada respiración.

Una de sus manos se posó en mi nuca, y nos entregamos a un beso ardiente, con las bocas abiertas intentando llenarse del aliento del otro, y las lenguas degustando la otra saliva como si se tratara del más preciado licor.

Se apartó ligeramente, jadeante. Sus senos se elevaban y descendían con el ritmo con que aspiraba y exhalaba el aire que parecía faltarle, como me estaba sucediendo a mí. Comencé a desnudarme muy despacio, y sentía mientras lo hacía su mirada de fuego recorriendo cada centímetro cuadrado de mi piel que quedaba al descubierto.

Al fin quedé ante ella, tan desnudos ambos como Adán y Eva en el díptico de Durero, pero nosotros no queríamos ocultar nuestro sexo sino que, por el contrario, deseábamos que los ojos del otro disfrutaran con su contemplación.

Abrí los brazos y Virginia se refugió en ellos, uniendo nuevamente sus labios a los míos, y sus brazos me estrecharon aún más íntimamente contra su cuerpo. No precisamos de palabras. En un momento determinado le tomé de una mano, conduciéndola hasta el cercano dormitorio.

Se tendió sobre el lecho, mirándome anhelante, mientras yo me ubicaba a su costado, y cubría de besos toda aquella piel que era al tiempo quemadura y bálsamo en mis labios.

El deseo fue creciendo en ambos hasta hacerse insoportable. La atraje hacia mí, y ella se arrodilló oprimiendo mis costados entre sus muslos. Mi pene apenas necesitó de la ayuda de una mano para encontrar el camino hacia su interior. Nos quedamos muy quietos durante muchos segundos, disfrutando de la sensación. Después nuestras bocas se unieron de nuevo, y los besos comenzaron a expresar la urgencia cada vez mayor que sentíamos de consumar la unión de nuestros cuerpos.

Su cintura onduló como las ondas del mar, sin que sus pechos perdieran por ello el contacto con mi piel, ni los labios cesaran de expresar sin palabras la emoción que nos embargaba.

Fue acelerando su ritmo, al mismo tiempo que yo, que me encontraba al mismo límite de mi deseo; nuestros movimientos se sincronizaron en esa danza eterna que se renueva cada vez entre los amantes.

No fue una explosión, sino un crescendo de placer que nos invadió al unísono. Fue como la ola que, según se acerca a la playa, va incrementando su tamaño y su velocidad. Ambos dejamos oír nuestros gritos exaltados entre las bocas unidas, cuando la cresta alcanzó su máxima altura, y luego, muy poco a poco, fue convirtiéndose en la mansa ondulación que va a morir a la arena.

¤ ¤ ¤

- Oye Charlie, ahora en serio, que no quiero ser causa de que tengas un problema con Ana. ¿Decías de verdad que puedo hablarle de mi retrato?

Le besé suavemente los labios, cuyo maquillaje acababa de retocar, después de que ambos nos vistiéramos de nuevo.

- Claro que sí, cielo.

Se quedó mirándome con una expresión indefinible.

- ¿Qué clase de relación tenéis, para que ella acepte tranquilamente que otra mujer se quite la ropa ante ti?

No podía decírselo. Aunque…

- Mmmmm, tendría que devolverte la pregunta. ¿Cómo es que puedes entregarle a Andrés como regalo un retrato en el que apareces completamente desnuda?

Pareció ir a decir algo, pero luego se arrepintió. Me besó suavemente, y se dirigió a la puerta.

¤ ¤ ¤

Dos días más tarde, cuando sonó el despertador, el beso de Ana y el estuche con un reloj que me entregó, me recordaron que era mi cumpleaños. Lo había olvidado por completo.

- ¿No puedes llamar a la oficina, y decir que estás enferma o algo? –le pregunté.

- Lo siento, cariño, no es posible –respondió con un mohín compungido.

- Pero es que no nos vamos a ver en todo el día –protesté.

- Hagamos una cosa: a ti te quedan días de "asuntos propios"; llama a tu jefe, y dile que te ha surgido un tema urgente, lo que se te ocurra, me vas a buscar a la oficina, comemos juntos, y después vamos a buscar a Fedra a la guardería tomados de la mano, como al principio.

- Y después… ¿solo habrá un reloj de regalo?

Al principio no entendió la indirecta, pero enseguida cayó en la cuenta de lo que yo estaba insinuando:

- Y, ¿qué más quieres? ¡Ah!, ¡jajajajajaja! Por supuesto. Mira por dónde, hoy estoy muy calentita precisamente, de manera que prepárate, que no me conformaré con menos de tres…

Y se fue riendo hacia el baño.

¤ ¤ ¤

Algo sucedía, y yo no era capaz de imaginar por qué las chicas parecían aquel día comportarse de un modo extraño. Había miradas dirigidas a mí rápidamente desviadas, cuando la interesada advertía que yo me había dado cuenta.

Por fin, todos los niños quedaron en manos de las cuidadoras, y las seis mujeres formaron un corrillo al que me uní.

- ¿Qué os pasa hoy, chicas?

- Nada, Charlie –respondió Eva apartando la vista-. Solo que no podré ir a desayunar con "vosotras" hoy.

- Yo tampoco tengo tiempo –terció Lucía-. Tengo que hacer una gestión en el Banco.

- Pues vaya día –se quejó Virginia con un gesto mitad risueño que contribuyó aún más a aumentar mi extrañeza-, yo tampoco puedo. Bueno, quedáis tres…

- Me temo que no, Tere. Tengo que acompañar a Sofi a comprar unos zapatitos para Alfredo, que su marido la ha dejado hoy sin coche.

- ¿Seréis capaces de dejarme solo? –pregunté en tono falsamente ofendido.

- ¡Jajajajaja!, no te preocupes, que enseguida estarás muy bien acompañado –replicó enigmáticamente Marta.

Y así me dejaron. No me apetecía el café sin las chicas, de manera que pensé que mejor lo tomaba en casa. Compré pan recién hecho y la prensa, y me dirigí a mi auto.

¤ ¤ ¤

Me extrañó no escuchar el canturreo de la asistenta, incapaz de trabajar sin tararear alguna canción de moda. No estaba en la cocina, y pensé que igual se había quedado sin voz, lo que no me vendría nada mal, al menos durante unos días.

La puerta que comunicaba el pasillo con el salón estaba cerrada, cosa extraña estando por allí la limpiadora, que lo primero que hacía era abrir de par en par ventanas y puertas, aún en pleno invierno. Me encogí de hombros, giré el pomo y entré.

- ¡¡¡¡Sorpresaaaaaaa!!!! –exclamaron al unísono las siete mujeres.

Me quedé parado en la misma entrada, sin acertar a reaccionar. Alrededor de la mesa del comedor, Ana y mis seis chicas aplaudían sonrientes.

- Pero… ¿no dijiste que no podías pedir el día libre? –balbuceé en dirección a mi mujer.

- Y es cierto, pero le dije a mi jefe que llegaría más tarde.

- ¿Y esto? –pregunté.

- Nos pusimos de acuerdo con Ana ayer por la tarde –explicó Eva-. Bueno, en realidad fue ella la que nos pidió que montáramos la pequeña comedia de antes, y que nos viniéramos a tu casa después de la guardería sin decirte nada.

- Pues ha sido una sorpresa muy agradable, chicas, me encanta.

- ¿No nos vas a dar un beso? –pidió Marta.

- Claro cielo, ven acá.

Las chicas me rodearon, y me cubrieron de besos riendo y bromeando.

- Tenemos un regalo para ti… Pero tienes que probártelo –Lucía se acercaba con un gran envoltorio en la mano.

- ¿Qué es? –pregunté intrigado.

- Algo que te vendrá muy bien en tu trabajo, ¡jajajajaja! –respondió Marta.

Lo desenvolví. Un delantal con la inscripción "Yo llevo los pantalones… pero no se notan". Me eché a reír de buena gana, y me lo puse, en el momento en que hacía su entrada Virginia portando una tarta de cumpleaños, con un montón de velas encendidas.

- Tienes que pedir un deseo… -gritó Sofi.

- ¡Déjate de deseos y vainas, y sopla ya las velas, que tengo hambre! –bromeó Eva.

- ¡¡¡Cumpleaños feliz...!!! El coro de voces femeninas no me ahorró nada de la estúpida canción, incluidos los absurdos aplausos finales. Después, repartí el dulce, y se generalizó la conversación. Solo Ana y Virginia se mantenían como apartadas del bullicio, con una semisonrisa en sus preciosos rostros.

Lucía me extendió la mano, en la que había un pequeño estuche de joyería. Lo abrí entre las bromas y los palmoteos de las demás: un juego de gemelos de plata.

- Yo… es que, bueno, quería hacerte un regalo personal, Charlie.

Le besé suavemente los labios, entre la expectación silenciosa de las demás.

- No tenías por qué, pero me encanta. Gracias, cariño.

¤ ¤ ¤

- ¡Uf!, creí que no se iban nunca… suspiró Ana.

- Deja, cielo, vete si tienes prisa, que ya recogeré yo todo este desastre –le ofrecí-. Por cierto, ¿qué ha sido de la asistenta?

- Le di el día libre. No quería tener que explicarle todo esto.

- Bueno, explícamelo a mí al menos, porque solo me has contado una parte.

- Pues anteayer por la tarde, Virginia y yo nos fuimos después de la guardería a merendar juntas, para hablar de la decoración del salón, ¡jajajajajaja!, por lo menos esa fue su excusa. Le estuvo dando vueltas y más vueltas, pero al final me contó lo de tu ofrecimiento de retratarla desnuda.

- ¡Calla!, que pasé un apuro tremendo. A pesar de las seguridades de Charlie, temía que me hicieras una escena –replicó la aludida.

- Te perdiste lo mejor, Charlie –continuó Ana-. ¡Si vieras la cara que puso Virginia cuando le expliqué que estaba al tanto de tus encuentros con las chicas, porque tú mismo me los contabas por la noche!...

- Es que no es para menos… Por cierto, y ya que hablamos de ello. Que sepas que todas saben que no han sido las únicas en ser objeto de, digamos, tus atenciones.

Me puse pálido.

- ¡No fastidies, Virginia!

- ¡Jajajajaja!, mira que cara, Ana. La verdad es que hasta el final de la semana pasada todas hacían insinuaciones y demás, pero la cosa quedaba ahí. Bueno, todas menos Lucía que no decía nada, ya la conoces. Eva fue la primera en contárselo a Sofía pidiéndole que guardara el secreto. A Sofi, obviamente le faltó tiempo para llamar a Marta, que a su vez se puso en contacto con Eva y le explicó vuestro trío. Luego las tres se dedicaron a tirarle de la lengua a Lucía, que terminó por confesar de plano, y no sé quién fue la que le aplicó el "tercer grado" a Teresa, pero el hecho es que todas están al cabo de la calle. A la que no creyeron fue a mí, cuando les dije que yo no… De ahí las bromas de la otra mañana, cuando nos vieron venir hacia vuestra casa.

- Por cierto, Charlie, no hagas planes para el domingo –intervino mi mujer-. Virginia y yo hemos quedado en dejar a los niños con nuestras respectivas madres, y comer los cuatro en casa de ellos. Luego, cuando terminemos, vosotros os venís aquí a comenzar con el retrato, y yo me quedaré haciéndole compañía a Andrés, y así no os molestamos.

- Ni nosotros a Andrés y a ti, dilo… -añadí.

Virginia había estado jugueteando todo el rato con el estuche de los gemelos de Lucy. De pronto frunció el ceño, hurgó en él, y terminó extrayendo un papelito doblado. Se echó a reír y se lo mostró a Ana, que sonrió de oreja a oreja. Luego me lo tendió:

"El lunes sale otra vez mi hermana de viaje. ¿Nos vemos a las 10:30?".

Me senté, abrumado, mientras las chicas se mondaban de risa. A partir de ahora, cada dos por tres habría una casa en venta, o lo del canario de la hermana de Lucy, o las otras dos querrían que les diera clase de Informática. Luego, por las noches, Ana no me perdonaría al menos uno. Y los fines de semana, maratón con Virginia. Claro que al menos después descansaría, porque mi mujer supongo que volvería bien servida por Andrés.

- ¡Jajajajaja!, vas a tener que hacerle tortillas de Viagra a tu marido –bromeó Virginia.

- ¡Arggggg, tortillas no, por favor! –gemí, pensando en Sofía y Marta.

F I N

al Salir de la Guardería. Teresa

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.

¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Marta y Sofía resultaron ser, con mucho, las menos discretas, y al día siguiente menudearon las frases de doble sentido, del estilo "Charlie hace maravillas con su pc", seguidas de risotadas. Las otras les miraban con gesto de incomprensión, aunque terminé por temerme que igual a alguna se le ocurría el origen de las bromas. Pero, si eso sucedió, ninguna se refirió a ello.

Luego la conversación derivó hacia qué famosilla se lo monta con quién, qué otra tiene preferencia por su mismo sexo, cual de las chicas de "Gran Hermano" lo ha hecho con no sé quién, etcétera.

- Muchas veces no sé si todo eso es un montaje para vender la exclusiva, y resulta que X no se come una rosca ni con su marido ¡jejeje!, o si verdaderamente es que hay mujeres capaces de bajarse las bragas ante cualquiera –intervino Teresa.

Eva se la quedó mirando con cara de coña.

- Mujer, ante cualquiera no, pero no me dirás que tú misma no conoces a alguien delante del cual te gustaría bajártelas…

Y me estaba mirando con gesto pícaro mientras lo decía.

Un coro de risas acogió su respuesta. Yo estaba mientras intentando poner nombre a la chica que pasa de vez en cuando a casa de un vecino, etc. única duda que me quedaba de las insinuaciones de Eva. Solo podían ser Teresa o Virginia, y yo me inclinaba por la primera.

- ¡Eh Charlie!, que te estamos hablando –Marta interrumpió mis pensamientos sacudiéndome un hombro.

- Lo siento chicas. ¿Cuál era la pregunta?

- No, que estás muy callado, y la peña quiere saber qué opina de todo esto el único varón presente –informó Teresa.

- Mmmmm, veréis. La mayor parte de lo que estabais contando me suena a chino, porque no sé quién es la cantante de la que hablabais, y en casa no vemos "Gran Hermano".

- ¡Mirad con que habilidad se sale por la tangente! –saltó Virginia.

- No, no es eso, ¡jajajajaja!. Antes de que me cortaras, iba a decir que solo puedo hablar de lo que opino al respecto de forma genérica.

Había seis rostros femeninos pendientes de mis palabras, y por primera vez desde que las conocía estaban todas calladas.

- No quisiera que ninguna de vosotras se ofendiera, de manera que os pido perdón de antemano. Entre las especies animales, la del homo sapiens destaca por varias cosas, una de las cuales consiste precisamente en estar dispuesto para tener relaciones sexuales en cualquier momento…

- ¡Jajajajajaja!, pues yo conozco más de un homo sapiens que no está dispuesto nunca –bromeó Eva mirando en dirección a Lucy, que se ruborizó visiblemente.

- Deja al chico que termine –reprochó Virginia.

- ¿No lo dirás por mí? –pregunté a Eva con cara de fingido enfado.

- Noooooo, ¡jajajajajaja!, me da que tú perteneces más bien a la especie del homo erectus –respondió rápida la chica, entre las carcajadas de las otras cinco.

- Me le vas a avergonzar –recriminó Virginia-. Continúa, Charlie, y vosotras calladitas, que estáis más guapas.

- Bueno, la pega es que tenemos un problema, y es que nuestras crías son dependientes durante muchos años, y la Naturaleza ha respondido a ello con una serie de adaptaciones, como el sentimiento del amor, por ejemplo, para obligar a la pareja a que permanezcan juntos mientras el cachorro no pueda valerse por sí mismo. Y nosotros hemos adornado todo esto con una montaña de palabras, papeles y ceremonias, como "matrimonio", "fidelidad" y "celos", por ejemplo.

- Ya le diré yo a tu mujer, ya, que estás con ella solo hasta que Fedra crezca –bromeó Lucía.

- ¿Por qué no te callas, rica? –le amonestó Eva.

- Está bien que bromee, que me estaba poniendo muy serio. Bueno, pues al final, sucede que nuestros instintos nos impulsan en un sentido, mientras que nuestra educación pone toda una serie de cortapisas a que nos dejemos llevar por ellos. En fin, chicas, que esta conversación podría llevarnos muy lejos, y quién más quién menos tenemos cosas que hacer. Resumiré diciendo que si fuéramos capaces de mantener la unión con nuestra compañera o compañero, y al mismo tiempo pudiéramos satisfacer nuestros impulsos sexuales con otra u otras personas, sin que nadie se rasgara por ello las vestiduras, empezando por nuestra pareja, seríamos todos más felices.

- Vale, Charlie –saltó rápida Teresa-. Como teoría está muy bien, pero ahora te pregunto: ¿qué pasaría (es un ejemplo, no te ofendas) si Ana decidiera prescindir de las adaptaciones que decías y seguir sus instintos primarios? ¿O es que lo que estabas diciendo sólo es válido para los machos de la especie?

Lo pensé unos segundos. No porque tuviera que decidir qué responder, sino cómo, porque mis ideas están muy claras al respecto.

- En un mundo hipotético, en el que no contara qué pueden pensar los demás sobre ello… bien, si estuviéramos en ese mundo de ciencia-ficción, te diría que Ana es una mujer libre, y que yo no soy su dueño. ¿Comprendes lo que quiero decir?

- ¡Huy!, las diez, y tengo aún un montón de cosas que hacer. Os dejo, mañana podemos seguir hablando del tema –intervino Virginia.

Las chicas parecieron dar por finalizada la conversación, y comenzaron a levantarse. Anoté mentalmente el hecho de que Virginia aparentaba estar realmente interesada en conocer mi opinión. Las demás… bueno, la cuestión se prestaba al morbo o a las bromas. Pero me dio la impresión que ella se lo había tomado muy en serio. Y que no había sido casual que cortara la conversación.

¤ ¤ ¤

Una hora más tarde estaba ante la caja del "super" con un carro lleno hasta la bandera. Alguien me tocó en la espalda, y me volví. Teresa me miraba con una sonrisa de oreja a oreja:

- ¡Vaya, qué casualidad!

- Perdona cielo, no había advertido que estabas detrás.

- Ya me he dado cuenta. Yo salía sin compra, pero te he visto, y me he acercado a saludarte. ¿No te importa, verdad? –preguntó, dirigiéndose a la cajera.

Me ayudó a llenar las bolsas, y cuando terminé, se puso a mi lado. No creo demasiado en las casualidades, de manera que por un momento pensé si… No perdía nada por probar.

- Iba a tomarme otro café. ¿Me acompañas?

- Por supuesto.

¤ ¤ ¤

Teresa dio un sorbo de su taza, y pareció pensárselo antes de comenzar a hablar.

- Oye Charlie, antes no pude preguntarte. Es que me dejaste pensando sobre eso de que todos seríamos más felices si nos dejáramos llevar por nuestros impulsos… ya sabes.

- Sexuales –completé su frase.

- Eso. Bueno, pues me estaba preguntando si tú sientes de vez en cuando… no sé como decirlo. ¡Vaya!, impulsos de esos cuando estás con una mujer distinta de Ana.

La miré detenidamente. No se puede decir que Teresa sea una belleza, pero tiene su atractivo. Me gusta sobre todo el hoyuelo que se le forma en las mejillas cuando sonríe. Sus pechos son algo más que medianos, y tiene unas amplias caderas. Nunca había visto sus piernas, porque siempre usa pantalones holgados, pero su postura en ese instante, con las piernas cruzadas, resaltaba unos muslos de lo más apetecible.

«Y, ¿por qué no? –me dije»

- Claro que sí. Ahora mismo los siento, sin ir más lejos. ¿A ti no te sucede nunca?

Compuse una enorme sonrisa al decirlo, para tener la excusa de que lo había dicho en broma, aunque lo que estaba haciendo en realidad es lanzar una señal. Teresa enrojeció ligeramente y bajó la vista.

- Con más frecuencia de la que me gustaría reconocer –confesó.

Decidí lanzarme a la piscina.

- Bueno, la cuestión es que a mí ahora mismo no me importaría nada hacer el amor contigo. Otra cosa es que tú estés sintiendo o no esos mismos impulsos de los que hablábamos.

Me miró muy seria.

- ¿Qué pensarías de mí si te dijera que sí?

- No puedo pensar nada malo porque confieses sentir el mismo deseo que yo. Escucha, conozco un hotel discreto cerca de aquí, donde podemos tomar una habitación por un par de horas. ¿Qué dices?

¤ ¤ ¤

Debo reconocer que los dos estábamos un poco cortados cuando cerré detrás de mi la puerta del cuarto del hotel. Y lo peor es que ninguno de nosotros disponía de tiempo para una larga conversación que rompiera el hielo antes de pasar "a mayores". Nos habíamos quedado los dos en pie frente a frente, mirándonos, sin saber muy bien qué paso dar a continuación.

No pude evitar sonreír:

- ¿Sabes qué parecemos? Dos adolescentes en su primera cita.

- ¡Jajajajaja!, tienes razón, pero es que es una situación un poco…

- Ya no somos dos quinceañeros, de manera que… ven, acércate –le invité.

¿Acercarse? Hizo más que eso: se pegó a mí como una lapa, aunque sin decidirse aún a más. Aunque sus senos estaban en contacto con mi pecho, y su vientre aprisionaba mi erección, continuaba con los brazos caídos a lo largo de sus muslos. Le tomé por la barbilla, mirándome en sus ojos, y acerqué muy despacio mis labios a los suyos.

Fue como si el beso hubiera desencadenado una reacción en cadena en Teresa. Ahora sí, se abrazó estremecida a mi cuerpo, y su beso se hizo más mordisco que otra cosa, mientras gemía entrecortadamente. Nos arrancamos la ropa mutuamente, más que desvestirnos y, sin deshacer el abrazo, fuimos andando despacio hacia la cama, en la que Teresa se tendió boca arriba.

Me tumbe sobre ella, y le mordí suavemente los labios. Sus manos fueron a apresar mi pene, lo acariciaron y estrujaron, hasta casi el límite del dolor.

Nos revolcamos a impulsos del deseo que nos consumía a los dos. Teresa quedó encima, con sus piernas muy abiertas y su sexo destilando gotas de humedad que podía sentir en mi pubis. Introdujo una mano entre sus propias nalgas, tras de ella, y guió mi erección hacia la entrada de su vagina.

Con las manos apoyadas en mis hombros, y el rostro contraído en una mueca de deseo, hizo deslizar su cuerpo hacia abajo hasta conseguir que mi glande tocara el fondo de su conducto. De alguna forma, consiguió arrodillarse sin permitir que mi pene abandonara la cálida opresión de su húmedo túnel, y su pelvis inició un movimiento espasmódico de vaivén. Me quedé quieto, permitiendo que la chica hiciera todo el trabajo, con mis cinco sentidos concentrados en disfrutar el momento: la vista se recreaba en sus mejillas intensamente arreboladas, y en el rostro con el ceño fruncido que dibujaba una mueca que podría haber sido de dolor en otras circunstancias, pero que yo sabía que expresaba un placer sin límites. Mi lengua estaba degustando su saliva entre nuestras bocas unidas. Mi oído se deleitaba con los gemidos rítmicos que escapaban de su garganta y, por fin, sentía el contacto de su cuerpo sudoroso en cada centímetro de mi piel, el tacto de la rugosidad de sus pezones entre mis dedos, y el deslizamiento de mi erección en el interior de su vagina.

La eyaculación me sorprendió, sin que un instante antes hubiera tenido indicios de su inminencia. Acompañando a las sacudidas de mi pene, Teresa elevó el tono de sus quejas que no eran tales, e incrementó el ritmo de sus movimientos reptantes sobre mi cuerpo. En un momento dado, su cuerpo se envaró, quedándose inmóvil durante unos instantes con la boca abierta, y después se desmadejó, jadeando como si hubiera terminado una carrera de fondo.

¤ ¤ ¤

Teresa se estiró como una gata, con una sonrisa satisfecha en su rostro, que aún conservaba el rubor de su excitación. Luego miró el reloj, y compuso un gesto de sorpresa:

- ¿Te has dado cuenta de la hora que es? –preguntó, mientras se incorporaba.

- Mmmmm, supongo que aún tendrás tiempo para una ducha rápida –insinué.

Pero la ducha fue todo menos rápida.

- ¡Jajajaja!, Charlie, llevas más de dos minutos enjabonándome el…

Era cierto. Mis dedos estaban recreándose en estrujar su abultado sexo, frotando sus inflamados pliegues desde hacía mucho tiempo.

- Pues tú no te estás quedando atrás –murmuré en su oído, sintiendo sus dedos resbalar arriba y abajo por mi pene, que estaba recuperando poco a poco su dureza.

- Aún me queda tiempo para otro… -susurró con voz melosa.

Pasé una mano por entre sus muslos, elevando una de sus piernas por la corva. Teresa me echó los brazos al cuello para guardar el equilibrio, y guié mi pene con una mano hasta la entrada de su vagina. Una contracción de mis caderas, y la penetración fue completa.

Teresa se estremeció, gimió tres o cuatro veces, y noté cómo su orgasmo se desencadenaba nuevamente. Hube de sujetarla, porque la única pierna que sostenía su peso se dobló cuando alcanzó la meseta de su placer.

La mantuve abrazada contra mi cuerpo, hasta que recuperó el ritmo normal de su respiración. Finalmente sonrió, abrió los ojos, y me mordió el lóbulo de una oreja:

- ¿Tu aún no…?

Pues no. Y además, estaba perdiendo la erección por momentos. Pero Teresa tenía un remedio para ello. Se arrodilló en la bañera, mientras caían sobre nosotros chorros de agua tibia, tomó mi pene entre dos dedos, y se lo introdujo en la boca, mientras acariciaba mis testículos. Le bastaron escasos treinta segundos para conseguir que la semiflaccidez se tornara dureza, y yo notara los signos precursores de una eyaculación inminente.

Traté de apartarla, pero se aferró a mis caderas sin permitirlo. Con un gran esfuerzo conseguí extraer mi miembro palpitante de su boca, la empujé suavemente hasta dejarla sentada en el borde, y tuve apenas el tiempo suficiente para arrodillarme entre sus piernas y derramar mi carga en el interior del otro orificio dilatado que mostraba entre sus muslos.

¤ ¤ ¤

De nuevo la conduje en mi auto hasta el parking del supermercado donde había quedado el suyo. Ella mantuvo todo el trayecto una mano en mi entrepierna, que acariciaba de tanto en tanto.

Después de estacionar en una plaza libre situada en un rincón no muy bien iluminado, la atraje contra mí, y probé otra vez el sabor de su boca entreabierta.

- Tenemos que repetir esto con más tiempo. Vamos, si tú quieres, -susurré, con los labios casi pegados a su mejilla.

- Cuando tú me lo pidas –respondió-. Estaré encantada de bajarme otra vez las braguitas delante de ti, como decía Eva esta mañana, ¡jajajajaja!.

Aún le quedó tiempo para otro beso interminable, antes de abrir lentamente la puerta de mi coche y dejarme solo en su interior.

Al Salir de la Guardería. Marta y Sofía

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades. ¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Aquel lunes me levanté con un estado de ánimo especial. ¡Vaya!, que estaba salido, por decirlo gráficamente. Y no es que no hubiera tenido la noche anterior una buena sesión de sexo con Ana, mi mujer, no. Me pasa a veces, supongo que como a cada quisque.

Mientras le estaba dando el biberón a Fedra, me dije que ya estaba bien de que fueran mis "marujas" las que me llevaran al huerto y, en vista de que parecía que todas estaban dispuestas a montárselo conmigo, me hice el propósito de tomar yo la iniciativa. (¡Eh!, que lo de "marujas" no lo he dicho en tono despectivo; yo también me considero un "marujo", y a mucha honra).

Y cuando llegué a la guardería, tenía un plan: iba a probar suerte con Virginia, que es con diferencia la más bonita y mejor hecha de las seis, como os decía en la primer a entrega.

Os explico: el lunes es el otro día libre de la asistenta, junto con el domingo, o sea, que tenía la casa para mí solo. El problema consistía en encontrar un pretexto para conseguir llevar a Virginia a ella, pero no había tardado mucho en encenderse la bombillita esa en mi cabeza, y la idea me la había dado Ana sin querer. Resulta que mi mujer llevaba unos días dándome la lata con lo de cambiar el salón. El marido de Virginia tiene una tienda de decoración, y yo le había escuchado decir que ella hacía en casa los bocetos para sus encargos.

El plan llegaba hasta ahí. Una vez que me viera con ella a solas, pues… bien, veríamos que sucedía.

Después de que las cuidadoras se hicieran cargo de los niños, me acerqué a mi objetivo, y le expliqué la cosa:

- Claro que sí, Charlie, por supuesto. Me dices qué día puedo ir a tomar medidas, y lo haré con mucho gusto.

- Había pensado que hoy, cuando salgamos de la cafetería.

- Hoy no puedo Charlie, lo siento, pero es que tengo que acompañar a mi madre al médico, ya sabes, achaques de la edad… De hecho, hoy no podré siquiera ir con "vosotras" a desayunar.

«¡Joder!, vaya puntería tengo –pensé-. He podido hacerlo cualquier otro lunes, y se me ocurre precisamente hoy, que no está disponible»

- Está bien. Tú misma me dices cuando tienes un par de horas libres.

Ahora solo faltaba que me dijera que por la tarde, y ¡adiós!

☼ ☼ ☼

Para redondear la mañana, en la cafetería me encontré aislado por primera vez. Lucía y Eva, en un extremo de la mesa, mantenían una conversación en voz baja, mientras que Marta y Sofía, una a cada lado de mí, hablaban de tallas y colores de no sé qué, como si yo no estuviera entre las dos. La verdad es que estaba mosqueado por el fiasco de Virginia, y no les prestaba atención.

- ¡Eh!, Tierra llamando a Charlie… -Sofía estaba agitando una mano ante mi rostro.

- Perdona, cielo, tenía la cabeza en otra cosa.

- No, que Marta tiene que hacer un pedido de una de esas tiendas que venden por catálogo, y… tú tienes acceso a Internet en tu casa, ¿no?

- Claro.

- Pues que si no tienes nada que hacer, y no te importa, nos vamos contigo y nos echas una mano, porque nosotras de eso… ni idea –terció Marta.

- Por supuesto que sí, contad con ello.

Por un instante se había alegrado mi "amigo del alma" ante la perspectiva, pero enseguida lo pensé mejor: si hubiera sido una sola de ellas, aún. Pero con las dos juntas, no tenía ni la más leve oportunidad.

«Está visto que hoy no es mi día –pensé»

☼ ☼ ☼

Menos de media hora después, comencé a pensar que, después de todo, a lo mejor… Os explico: estaba sentado en el sillón ante el portátil, en lo que Ana pomposamente llama "mi estudio". Marta, a mi izquierda, tenía una mano en el respaldo, la otra en la mesa, y estaba inclinada para ver el monitor, con uno de sus pechos apoyado tranquilamente en mi hombro, mientras que Sofía había descansado su trasero en el brazo del asiento (y en el mío).

El pedido quedó hecho en menos de dos minutos, e iba a disponerme a apagar el pc.

- Yo no sé mucho de esto, pero es que no entiendo muy bien qué haces en el ordenador. Porque tú trabajas en una fábrica de automóviles, ¿no? -preguntó Sofía, que ahora tenía el culito prácticamente pegado a mi pecho.

Por segunda vez en el día se encendió la lamparita figurada en mi cabeza. No iba a servir para aquella mañana, pero podía ser como sembrar, y ya veríamos cuando llegaría la cosecha.

- ¿Me guardaríais el secreto si os cuento algo, chicas?

- Somos una tumba –afirmó Marta.

- Escribo relatos eróticos, y los publico en Internet, en una página especializada.

- ¿Tú, Charlie? No lo puedo creer –la voz de Sofía era la expresión de la incredulidad más absoluta.

- Cuenta, cuenta –la mano de Marta estaba sobre mi hombro, y uno de sus pezones casi en mi garganta.

- Bueno, es una afición, nada de particular. Otros tienen como "hobby" coleccionar sellos, y a mí me ha dado por eso.

- ¿Se pueden ver? –preguntó Sofía con gesto malicioso.

- ¡Claro! Mira, precisamente tengo dos capítulos escritos de uno que se titula "amordemasdedos.com".

Abrí rápidamente el procesador de textos, y accedí a la primera de dos entregas. Había tres, pero la última aún estaba a medias.

- Casi mejor, nos lo lees tú, -sugirió Sofía.

- Estaremos más cómodos en el salón –indiqué.

Dos minutos después, estábamos acomodados en el tresillo, con las dos chicas dándome frente, y el pc entre medias, en la mesita de centro.

- ¿No os apetece otro café? –ofrecí.

- Bueno, a mí si me vendría bien. ¿Y a ti? –preguntó Marta dirigiéndose a la otra chica.

Total, que las dejé solas, mientras preparaba tres tazas, y disponía lo necesario en una bandeja. Cuando llegué, estaban las dos arrodilladas ante la máquina, con las cabezas juntas, leyendo. Sofía había pasado un brazo sobre los hombros de Marta, en una actitud…

Y entonces me vinieron a la memoria unas palabras de Eva, que quizá recordaréis los que hayáis leído la primera entrega:

"A ver si adivinas… ¿Quiénes de las chicas son algo más que amigas?"

Pero la excitación que me produjo la idea, duró menos de un segundo. Existían muchas posibilidades de que se tratara de estas dos, pero eso dejaba las cosas aún peor para mí porque, si era cierto, mis opciones con ellas, juntas o por separado, eran menores que cero.

- ¡Joder, Charlie!, qué fuerte –exclamó Sofía, volviendo en mi dirección su rostro arrebolado.

- Y ¿qué opina Ana de esta afición tuya? –quiso saber la otra.

- Mi mujer es mi primera lectora, y mi más feroz crítica, al mismo tiempo.

La siguiente pregunta era inevitable:

- ¿De dónde sacas todas estas historias? Quiero decir que no serán reales, pero ¿entonces?

- Todos tenemos fantasías en el terreno sexual; yo solo me limito a convertirlas en una narración.

- ¡No jodas! –saltó rápida Marta-. ¿De veras te gustaría ver a tu mujer follando con otro?

Sonreí de oreja a oreja.

- No confundáis realidad con ficción. Algo como eso, contado en la intimidad del dormitorio puede ser muy excitante, lo cual no quiere decir necesariamente que se esté dispuesto a llevarlo a la práctica.

- Me duele el vientre –susurró Sofía, con una mano puesta efectivamente sobre esa zona del cuerpo.

- Creo que Ana debe tener en el botiquín algún calmante para "esos días" –ofrecí, poniéndome en pie.

- Deja las pastillas, que no es ese precisamente el motivo. A mí también me está sucediendo, y no me ha bajado la regla –saltó Marta.

Yo experimenté a mi vez un hormigueo de la leche en los testículos, cuando caí en la cuenta de la causa del "dolor de vientre" de las dos chicas.

☼ ☼ ☼

Media hora después, había terminado la lectura, y las tazas de café estaban olvidadas sobre la mesa, prácticamente intactas. Las dos chicas se habían descalzado en algún momento, y ofrecían una estampa de lo más erótico: Marta, frente a mí, había apoyado un pie en el asiento, y mostraba una de sus piernas casi hasta la ingle, aunque el vuelo de la falda, colocado estratégicamente, me ocultaba lo más interesante. Por su parte Sofía estaba sentada con las piernas cruzadas, y su falda estrecha estaba subida bastante más arriba de lo que aconsejaba el pudor; solamente el hecho de que se había ubicado en el extremo del sofá más distante de mí, me impedía contemplar su intimidad, no obstante lo cual, me ofrecía una panorámica bastante completa de la cara interior de uno de sus muslos. Las dos tenían las mejillas arreboladas, y la respiración acelerada.

«Bueno, ya que no voy a conseguir otra cosa, al menos que me alegren un poco la mañana –pensé, con una idea en mente»

- ¿Qué os parece?

- Muy fuerte, Charlie –exclamó Sofía impresionada-. Que casi he podido sentirme como una de tus protagonistas…

- ¿Y? –insistí.

- ¡Jajajajaja!. Charlie quiere que le regalemos los oídos. Bueno, pues digamos que me duele aún más el vientre que antes –añadió Marta.

- Oíd, chicas. Vosotras habéis podido conocer mis fantasías más íntimas, y eso merece un poco de reciprocidad, ¿no creéis?

- ¿Qué quieres decir? –preguntó Sofía, repentinamente seria.

- Está claro: que me encantaría que me contarais las vuestras.

Se hizo un repentino silencio, y las chicas se miraron entre sí. Había sido una flecha lanzada al aire, que sabía que no iba a dar en el blanco. Me equivoqué de medio a medio.

- ¿Empiezas tú, Sofi?

- Tú primera, te cedo el honor, ¡jajajajaja!

No lo podía creer. Marta pareció pensar durante unos segundos, y luego se decidió:

- ¿Habéis visto la película "Eyes Wide Shut"? Bien, pues me imagino completamente desnuda, en una habitación llena de gente vestida y con máscaras, que forman un círculo alrededor de mí. Estoy recorriendo poco a poco el corro, y noto sobre mí manos que me acarician los pechos, el vientre, las nalgas, el coñito… Dos hombres me toman en volandas y me depositan suavemente en una cama. Alguien me venda los ojos, y noto de nuevo multitud de manos acariciando todo mi cuerpo.

Tenía los ojos cerrados, como en su evocación, y las dos manos juntas apretadas sobre la entrepierna, con los dedos arrugando el borde de la falda.

«¡Joder!, está excitada de veras, lástima que no esté sola, porque me está poniendo a mil»

- Ahora son bocas. Me están lamiendo los labios, los pezones, el vientre, los muslos… Alguien me separa las piernas, y siento más bocas sobre mi sexo, chupando, mordiendo y lamiendo. Las bocas se retiran, pero enseguida noto algo duro pero suave en la misma entrada de mi vagina. Y las otras bocas continúan por todo mi cuerpo. El pene comienza a introducirse despacio dentro de mí, y me siento llena. Tengo ganas de chillar, de debatirme, y no puedo tener quietas las piernas. Me está viniendo un orgasmo…

«Ostras con la niña. No se corta para nada»

- Calla Marta, que me estoy…

Le hubiera dado un cachete a Sofi, por inoportuna. La otra abrió los ojos, y sonrió, roto el encanto.

- ¡Eh!, que ya tenéis bastante. Ahora te toca a ti, rica –dijo, mientras señalaba a su amiga con un dedo.

La aludida se puso aún más encarnada de lo que estaba, pero su voz sonó decidida:

- Bueno, yo me imagino con dos hombres a la vez.

- ¡Hala!, rica, Nada menos que dos. Préstame uno, ¡jajajajajaja!

- ¡Te callas, o no sigo! Como vuelvas a interrumpirme, se acaba la fiesta.

- Venga, palabra que voy a estar tan callada como Charlie, que no dice ni mu.

- Bien. Pues estamos los tres desnudos sobre la cama. Están arrodillados, uno a cada lado de mí, y yo tengo sus "cosas" agarradas con ambas manos.

Marta, con gesto de malicia, estuvo en un tris de soltar algún comentario, pero afortunadamente se contuvo a tiempo. Y yo estaba dándole vueltas en la cabeza a algo: ambas hablaban de hombres haciéndoles esto y aquello, no de mujeres aunque, claro, las dos estaban casadas. Quizá me había equivocado, y Eva no se refería a estas dos. Pero entonces, ¿quiénes eran las de las "fiestas con vibradores"?

- Me meto una de ellas en la boca durante un rato, y luego la otra. Los dos tíos parece que se ponen de acuerdo, y me encuentro con las dos a la vez.

- Mmmmggggg. De nuevo Marta se había mordido la mano a tiempo, antes de soltar la chanza que se adivinaba en su rostro risueño.

- Me ponen de rodillas sobre la cama, boca abajo, con el culo en alto, y noto algo suave, como una crema, con la que me están embadurnando el… por detrás. Uno de ellos me introduce un dedo por la "puerta trasera", y lo mueve en círculos, y lo hace entrar y salir. Nunca me lo habían hecho por ahí, pero la sensación no es desagradable. El más fuerte se tumba boca arriba, y me pone sobre él, mirando al techo. ¡Está intentando penetrarme el ano! Duele, pero al mismo tiempo…

Marta ya no estaba para bromas. La mano que seguía entre sus muslos estaba deslizándose arriba y abajo, despacio, tenía los ojos cerrados, y el gesto contraído.

- El otro se pone en cuclillas, me separa las piernas, y me la mete. Están follándome por los dos orificios al tiempo, y siento que me voy a correr, y me viene…

Ahora fui yo el que la interrumpió. Estaban comenzando a dolerme los testículos.

- Pues ninguna de las dos tenéis nada que envidiar a lo de mis relatos…

- ¡Uffffff, tía! ¿De veras te gustaría que te lo hicieran así? –preguntó Marta.

- ¡Jajajajaja!, no. Pero tampoco Charlie entregaría su mujer a otro.

Tuve una idea malvada, y me dirigí al dormitorio, ante la mirada expectante de las dos chicas. A pesar de que estaban "a punto", no creía que Marta fuera a aceptar, pero siempre podía decir que no iba en serio. Volví ocultando detrás lo que había tomado de la mesilla, me senté en el sofá, a su lado, y solo entonces les mostré la tira de raso negro.

- ¡Jajajajaja! Charlie, eres increíble.

Lo había tomado a chacota. ¿O no? Decidí continuar, y pasé la venda en torno a sus ojos, esperando que en cualquier momento diera por terminada la broma. Para cuando acabé de hacer un nudo en su nuca, empezaba a pensar que de bromas, nada. Entonces me puse en pie ante ella, y tiré de una de sus manos, obligándole a ponerse en pie.

- En tu fantasía estabas desnuda… -insinué.

Se quedó parada un momento, y pensé que se echaría a reír, soltaría alguna chanza, y se quitaría la venda. Ante mi sorpresa, no hizo nada de eso. ¡Descorrió la cremallera del costado, y dejó caer la prenda al suelo!

Aluciné en colores. Miré a la otra chica, y me debí poner rojo. O pálido, no sé. ¡Joder!, ella la estaba contemplando con iguales ojos de deseo que yo mismo.

La blusa de Marta acertó por casualidad sobre mi cara, y la retiré rápidamente, a tiempo de ver como se inclinaba, con los pechos al aire, y se quitaba las braguitas. Luego se quedó en pie ante nosotros, con los brazos pegados a los costados, esperando…

No tuvo que aguardar demasiado. Tenía unos bonitos senos no muy grandes, apenas caídos, con los pezones tiesos apuntando al techo. Y allí se me fueron las manos. Y después a su vientre, a sus caderas, a su pubis sin sombra de vello, y por fin a su sexo, caliente y húmedo.

Había perdido de vista a la otra. Cuando quise darme cuenta, estaba detrás de Marta, completamente desnuda, acariciando su espalda, sus nalgas y sus muslos. Creí que me iba a dar un infarto.

La cosa duró unos minutos, y yo estaba cada vez más salido, con mi erección oprimida casi dolorosamente en el interior del pantalón.

Sofía se puso en pie, y cuchicheó algo al oído de la otra chica, que sonrió, y se subió la cinta que le tapaba la visión. Se me echaron las dos encima, y dos botones de mi camisa pagaron el pato de sus esfuerzos por desnudarme, lo que consiguieron en menos que tardo en contarlo.

- ¡Eh!, chicas. Vamos a la cama –acerté a balbucear.

Las precedí, con el pene mostrándonos el camino, completamente horizontal. Dos segundos después, se había invertido la fantasía de Sofía: no era ella la que se encontraba con dos penes para atender, sino que eran dos bocas las que se alternaban en introducirse el mío. Y las chicas no se limitaban a eso. Cada una de ellas tenía la mano en el sexo de la otra, subiendo y bajando sobre él.

Tuve que pedirles que pararan, a punto de derramarme en Marta, que era la que tenía mi erección introducida hasta la garganta en ese momento. Me tendí, intentando retrasar mi eyaculación, y las chicas se me vinieron encima. Me faltaban manos para palpar cuatro senos y dos culitos, y boca para morderlos, aunque no quedó parte alguna de sus cuerpos sin acariciar.

Ellas no se estaban quietas. Me cubrieron los labios y el rostro de besos, aunque de vez en cuando eran ellas las que unían las dos bocas sobre mí, y sus lenguas se encontraban. Había manos que palpaban mis testículos y mi pene, o recorrían mi pecho y mis caderas.

Sofía atrapó uno de mis muslos entre los suyos, e inició un movimiento de vaivén con la pelvis, frotando su sexo contra él. Traté de abstraerme de lo que estaba sucediendo, porque me encontraba otra vez a un paso de la eyaculación.

Marta se fue hacia la parte superior de la cama andando sobre rodillas y manos, con la vulva enrojecida y el fruncimiento de su ano bien visibles entre sus muslos separados, se sentó con la espalda apoyada en el cabecero, el pubis adelantado y las piernas muy abiertas, y comenzó a masturbarse.

Dando finalmente la razón a Eva, a Sofía le falto tiempo para reptar sobre mí, y enterrar la cara en el sexo de la otra chica, que mantenía abierto con dos dedos. Su vulva quedó a centímetros de mi rostro, en una clara invitación que no desaproveché.

Poco después, había un fondo de gemidos y suspiros de las dos mujeres, cada vez más frecuentes, según se iba acercando su clímax. Fue Marta la primera en experimentar un orgasmo, y la boca de la otra chica apenas podía mantenerse en contacto con su sexo, que se movía espasmódicamente.

- ¡Eh Charlie!, voy a darte una idea para tus relatos, -ofreció Sofía con tono de malicia.

Se puso en pie, sosteniéndose con una mano en mi cabeza, y pasó una pierna a cada lado de mi cuerpo. Se arrodilló, mostrándome su sexo entreabierto, sus labios mayores atraparon mi pene, e inició un sensual balanceo de caderas, sentada prácticamente sobre mi vientre. Era algo así como masturbarme con su vulva, y noté de nuevo los síntomas inequívocos que precedían a la eyaculación.

Afortunadamente, fue ella (que ya estaba calentita por el ejercicio anterior) la que se contorsionó, perdido el ritmo, mientras se pellizcaba los pezones, quejándose en voz alta con la cadencia de sus estremecimientos de placer.

Ahora ya no podía más, tenía que descargar inmediatamente mi tensión. Marta continuaba en la misma posición, de modo que le separé aún más las piernas, me acomodé entre ellas, y la penetré ayudándome con una mano. Me corrí casi inmediatamente, pero hube de continuar empujando hasta que la chica consiguió alcanzar un nuevo orgasmo.

Nos quedamos tirados sobre la cama como muñecos rotos. Al cabo de un par de minutos, Marta saltó como impulsada por un resorte.

- ¡Las doce y media! Y aún tengo que hacer la compra y la comida, y adecentar un poco la casa… Mi marido me mata.

«Pues si supiera por qué no tienes la comida a punto… -pensé divertido»

Se vistieron apresuradamente, recogiendo las prendas desperdigadas por el salón. Las acompañé a la puerta, y las dos se despidieron con un beso de los de película, bien pegaditas.

Marta se volvió desde el primer escalón, se acercó a mí, y se inclinó hacia mi oído:

- Oye Charlie, ¿a cuales de las chicas te has follado, además de nosotras?

- Un caballero no da nunca detalles de sus conquistas –respondí con una sonrisa.

- Eso es tanto como decir que SÍ lo has hecho, aunque no quieras decir los nombres. Ya me enteraré, no te preocupes…

Al Salir de la Guardería. Lucía

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.
¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Habían pasado tres días desde la historia de Eva. (Por cierto, que si no la habéis leído, os recomiendo hacerlo, y así entenderéis mejor algunas cosas de ésta, de las que, de otro modo, os quedaréis "in-albis").

Al día siguiente hubo alguna indirecta durante el desayuno, pero no creo verdaderamente que ninguna de las chicas estuviera al tanto de lo que sucedió, aunque ahora no estoy tan seguro de ello. Luego pareció olvidarse el tema, y las cosas siguieron como siempre.

Llovía como si el cielo se estuviera entrenando para un segundo Diluvio Universal, en serio. Yo llevaba paraguas, y un par de las chicas también, por lo que fue lógico que acompañáramos a las que no lo llevaban a sus autos. Yo tomé del brazo a Lucía, aunque en su caso no había tal auto, porque vivía a cuatro cuadras de la cafetería. No lo hice con ningún propósito, palabra. Simplemente, las otras se habían emparejado para protegerse de la lluvia, y ella quedaba de "non", así que me pareció lo obligado. De pasada: Lucy es una chica menudita y delgada. Está escurrida de pecho, y algo menos de caderas, pero tiene un rostro agradable, con un lunar incitante en la comisura de la boca, preciosos ojos de color miel, unas bonitas piernas, y unas diminutas nalgas redonditas y respingonas. Es la más tímida del grupo, y se ruboriza por cualquier cosa, lo que yo añado a la lista de sus atractivos.

En dos minutos estábamos delante de su portal. Pareció titubear un instante, me miró, luego bajó la vista… Yo esperé pacientemente. Iba a decirme algo, pero había que darle tiempo. Tardó en decidirse:

- Charlie, que… bueno, no nada.

- ¿Necesitas alguna cosa? –pregunté.

- No, no importa, puedo hacerlo mañana.

- Oye, Lucy, hay confianza suficiente, de manera que no te cortes…

- Tenía que ir a un sitio, pero con esta lluvia…

- Bien, yo puedo acercarte, no hay problema.

- Es que mi hermana está de viaje, y me encargó regar las plantas y cuidar su canario. Ayer no pude, tuve que llevar a Daniel al pediatra, y hoy pensaba… Pero déjalo, está lejos, ya iré mañana.

La miré de hito en hito:

- No seas boba, Lucy, de verdad que no me cuesta ningún trabajo. Mira, no es necesario que nos mojemos los dos, de manera que me esperas aquí, voy a por mi coche y te recojo. ¿Hace?

Dos minutos después estaba sentada a mi lado en el auto, muy envarada, mirando a través del parabrisas, sin osar dirigirme la vista. Estaba un poco ruborizada y me pregunté si… Pero no, podía esperar algo parecido a lo de Eva de otra cualquiera de las chicas, pero no de la tímida y recatada Lucy.

No despegó los labios en todo el trayecto más que para darme indicaciones. Y, finalmente, nos encontramos en un pisito pequeño y muy femenino, con mucha luz, y lleno de esos detalles que a los hombres no se nos ocurre nunca comprar. En el pequeño recibidor había otras tres puertas, además de la del salón-comedor donde nos encontrábamos, y una de ellas daba a la cocina y la otra al aseo, lo vi porque estaban entornadas, de modo que solo había un dormitorio.

- No conozco a tu hermana. ¿Está casada?

- No, trabaja en una ONG, está siempre de viaje, y dice que no tiene tiempo para eso.

- Es un piso muy bonito –añadí por decir algo, porque a Lucy había que sacarle las palabras con sacacorchos.

- Sí, -convino ella.

Me senté en un sofá de dos plazas (no había espacio en el salón para mucho más) y me dediqué a seguirla con la vista mientras hacía viajes desde la cocina con una jarra. Había algunos tiestos en el alféizar de la ventana, y tuvo que ponerse de puntillas e inclinarse para alcanzar los de un extremo. La falda se le subió por detrás hasta un poco más arriba de medio muslo, y confirmé mi apreciación anterior: si te gustan las piernas delgadas y bien formadas (y a mí me gustan) las de Lucy eran una cosa digna de tenerse en cuenta.

Después estuvo enredando con la jaula del canario, y finalmente, se detuvo ante mí:

- Soy un poco descortés, no te he ofrecido un café o algo…

- No te preocupes, en serio.

- ¿De veras no te apetece nada?

Había insistido, lo que podía querer decir que aún no deseaba que nos fuéramos.

- Bueno, si no es molestia, una cola u otro refresco estará bien.

Sirvió zumo de naranja frío de un "brik" en dos vasos. Me repatea, porque opino que el zumo de naranja solo es tal si se acaba de extraer de una naranja, pero no era cosa de decírselo. Se sentó a mi lado, lo que es solo una forma de expresarlo, porque lo hizo en el otro extremo, todo lo alejada de mí que le permitía el exiguo espacio, y tomó un par de sorbitos de su bebida. Luego me dirigió un rápido vistazo en dos ocasiones, apartando rápidamente la mirada, abrió la boca un par de veces como si fuera a decir algo, se arrepintió… Yo seguía esperando pacientemente. Finalmente, con la vista puesta en la puntera de sus sandalias, comenzó a hablar en tono bajo.

- Yo, Charlie… Es que verás…

Al fin pareció decidirse, y el resto salió en tropel.

- Las plantas y el canario podían haber esperado a mañana, pero quería hablar contigo.

«¿Solo hablar? –pensé, notando un cosquilleo de excitación»

- Pues tú dirás, cielo.

- Me da un poco de vergüenza, Charlie… pero es que no conozco a otra persona a quién consultárselo.

- ¡Venga, boba! Entre amigos… -le animé.

Se quedó en silencio unos instantes, y luego pareció decidirse.

- Lo he hablado con Eva, y también tuve un par de conversaciones al respecto con mi hermana, pero lo que me han dicho no me convence, y además… bueno, quería conocer el punto de vista de un hombre.

- ¿Cuál es el problema? Porque si no me lo dices, no podré opinar…

De nuevo guardó absoluto mutismo durante unos segundos. Finalmente, alzó la vista y me miró fijamente, encarnada hasta la raíz del pelo.

- ¿Te parezco bonita, Charlie?

Aquello se iba deslizando por unos derroteros que ya, ya. ¿Qué le iba a decir? ¿"Eres mona"? Seguro que entendería otra cosa. Quizá ¿"me pareces una chica preciosa"? Supondría que solo trataba de halagarla.

Me puse en pie, y tomé una de sus manos, rozándole al paso el muslo sobre el que estaba posada. Advertí que se le había erizado el casi invisible vello que lo cubría. Tiré de ella, obligándole a seguirme hasta el espejo de cuerpo entero que había visto en el recibidor. La dejé frente a él, y me coloqué detrás, con las manos en sus hombros.

- Mírate, y juzga tú misma.

- No soy lo que se dice una belleza… -susurró, y en su rostro se dibujó una sonrisa triste.

- Mmmmm, Lucy, no tienes que verte con tus ojos, sino con los míos.

- No soy guapa…

- Tienes un rostro atractivo, y lo sería más si sonrieras frecuentemente, que siempre estás muy seria.

- No tengo casi… pecho.

- Eso, cariño, es cuestión de gustos, y los hombres los tenemos muy variados. No creas que a todos nos gustan exclusivamente los senos grandes y opulentos. A riesgo de avergonzarte, te diré que esa camiseta ajustada que llevas los resalta, y que se mueven de una forma muy incitante cuando caminas.

¡Joder!, un momento antes los pezones eran invisibles, y juro que los vi crecer, hasta sobresalir como pequeños dedos. Y también pude percibir el estremecimiento que la recorrió de pies a cabeza.

- Mis piernas son delgadas…

Me lo pensé. Solo dos segundos. Llevé las dos manos al vuelo de su falda, y la subí hasta que quedó a dos o tres dedos de su sexo. Hizo un intento de sujetarme las manos, pero finalmente se limitó a dejarlas sobre las mías.

- Pues a mí me parecen muy bien formadas. Te aseguro que no lo digo por halagarte, pero tienes unos muslos preciosos.

Solté la falda, y llevé de nuevo las manos a sus hombros, obligándole a darme frente. Se resistía a mirarme a los ojos, y estaba intensamente ruborizada. Sentí deseos de comérmela, pero me limité a alzar su barbilla, hasta que por fin sus ojos color miel quedaron prendidos en los míos.

- Escucha Lucy, creo que te tienes en menos de lo que vales. ¿Eres una belleza de las de anuncio de cosméticos, o una chica "diez"? No, de la misma forma que yo no soy lo que se dice un Adonis. Pero eres una mujer muy atractiva, y cualquier hombre, incluido yo mismo, daría cualquier cosa por tenerte, puedes estar segura.

De nuevo, bajó la vista.

- Cualquiera no, mi marido ni me mira.

«¡Ostras!, así que va de eso –pensé»

- ¡Va!, ven al sofá y cuéntame, porque me parece que lo de que te crees el "patito feo" es solo la introducción.

Cuando se sentó (esta vez con su cadera en contacto con la mía) estaba deshecha en llanto. Le ofrecí mi pañuelo, y esperé a que se desahogara. Al final, alzó hacia mí sus bonitos ojos empañados por las lágrimas.

- No me parece bien cargarte con mis problemas, Charlie. Quizá será mejor que nos vayamos.

Me limité a atraerla hacia mí, y abrazarla estrechamente, sin decir nada.

- Eres un cielo, Charlie. Y me has hecho sentir muy bien, en serio –susurró con la boca pegada a mi oído.

- Hasta ahora no he hecho nada…

- Me has escuchado, y… me da un poco de vergüenza decirlo, pero… cuando estábamos antes delante del espejo, me has hecho sentir mujer. Hacía mucho que nadie lo hacía, y solo por eso te mereces…

Sonreí, y le ofrecí mi mejilla. Ante mi sorpresa, me echó los brazos al cuello, y apretó los labios contra ella. Noté perfectamente la dureza de sus pezoncitos a través de la ropa, y su aliento entrecortado en mi rostro. Separó sus labios de él, pero no hizo la más leve intención de deshacer el abrazo.

- Hace casi un año que Luis y yo no… Desde que nació Daniel.

- ¿Lo has hablado con él?

- No me atrevo, Charlie, me da vergüenza.

- ¿Cuánto tiempo lleváis casados?

- Va a hacer cuatro años en octubre.

- Ya. Mira, Lucy, no voy a decir que lo de tu marido sea normal, pero sí lo es que descienda la temperatura de los primeros tiempos. Cuando eso sucede, cada pareja reacciona de distinta manera. Las hay que simplemente se resignan a un coito a la semana, como mucho. Otras intentan ponerle un poco de sal y pimienta a la cosa, no sé si me entiendes, y aún otros... dejémoslo. Depende del carácter de cada uno, y de muchas otras cosas, cielo. Lo que no debes pensar en ningún momento es que la culpa es tuya, porque no eres más atractiva, o porque no te pones ropa sexy, o… Tu marido tiene también alguna responsabilidad en el tema, y no vas a ser tú la única con obligación de excitarle todos los días.

Le acaricié suavemente los cabellos, lo dudé menos de una décima de segundo, y después los besé con suavidad. Sentí que se estremecía otra vez, como si la hubiera recorrido una corriente eléctrica.

- Has dicho un… a la semana, pero yo te he hablado de un año entero, y eso no es normal, me parece a mí.

Me estaba excitando, no podía remediarlo.

- Si me paso siete pueblos me lo dices y me callo, cariño, pero voy a hacer de adivino: antes del año… digamos sabático, lo hacíais con la luz apagada, ¿a que sí?

- Sí.

- Ya. ¿Completamente desnudos, o te limitabas a subirte el camisón, o lo que uses para dormir?

- Es que Luis es un hombre muy fogoso, y va rápidamente al asunto…

- Me hago una idea. La siguiente pregunta es más… íntima. Me paras los pies cuando quieras, ¿eh? Bien, ¿tienes orgasmos habitualmente?

Esta vez tardó un poco más en responder.

- Casi nunca.

- ¿Has probado a estimularte el clítoris con la mano mientras haces el amor?

- ¡Joder, Charlie!, me estás avergonzando.

- ¿Y a masturbarte?

Su rostro se puso de color grana.

- Eso es… no está bien, Charlie.

- Mira, no soy psicólogo, pero se me alcanza que al menos una parte de vuestro problema son los "no está bien", y los "eso no es decente", y ahora no estoy hablando solamente de ti, que a él le alcanza también una buena parte de culpa, como te decía antes. Claro, que a lo mejor tu marido no entendería que una noche te desnudaras lentamente ante él…

Me interrumpió una risa nerviosa de la chica.

- ¡Jajajajaja!, yo no sería capaz…

- Déjame continuar. Que te tumbaras después con las piernas bien abiertas, con la luz encendida, ¿eh?, y te acariciaras despacio la vulva…

- ¡Charlie!

- Que le pidieras a él que te estimulara el clítoris con la boca…

- ¡Nooooooo, Charlie!

- Que te separaras los labios del sexo con las dos manos, y le mostraras lo excitada y dispuesta que estás…

- ¡Charlie, por favor, no sigas!

Temblaba entre mis brazos como atacada de fiebre, y hasta le castañeteaban los dientes. Pero no pude ver en su rostro, a pesar del rubor que lo cubría, ni sombra de pudor, sino otra cosa: ¡estaba enormemente excitada! Y entonces fui consciente de que yo también tenía desde no sé cuanto tiempo antes una erección más que regular.

- Lucy cielo, me vas a matar, pero tengo que decírtelo: te deseo, y quiero hacerte el amor.

Alzó la vista, y sus ojos eran como los de un pajarillo asustado.

- Lo dices solo para hacerme sentir bien, pero no es verdad que me deseas –afirmó en un susurro.

Tomé su mano derecha, y la llevé al bulto que se había formado en la delantera de mi pantalón. Hizo un intento de retirarla, que no permití, y finalmente la dejó quieta sobre mi pene.

- ¿Te parece a ti que eso es solo para hacerte sentir bien?

- Charlie, yo nunca… solo con Luis.

Me sorprendí advirtiendo que pocas veces en mi vida había sentido un deseo tan intenso como el que experimentaba en ese momento.

- No te voy a obligar a nada, cariño. Solo tienes que decirme ¡basta!

La miré intensamente, y luego, muy despacio llevé el dedo índice hasta uno de los pezones que seguían abultando el tejido de algodón que los cubría.

- Voy a quitarte la camiseta, y a morder esos pechitos, para probarte que me resultan apetecibles.

No opuso la menor resistencia. Las aréolas eran cónicas y de color rosado, como los botoncitos erectos que las coronaban. Su pecho olía a jabón de baño infantil, y curiosamente eso incrementó aún más mi deseo. Tomé uno de los pezones entre mis labios, y lo recorrí en círculos con la lengua. Luego repetí la acción con el otro, mientras mi mano acariciaba el que mi boca acababa de dejar libre. Y entonces, con un estremecimiento, advertí que la mano de la chica comenzaba a deslizarse arriba y abajo sobre mi pene.

Besé la separación entre sus senos, recorriendo con mi boca muy despacio el camino hasta su garganta. Lucy echó la cabeza hacia atrás, permitiéndome lamer su cuello, los lóbulos de sus orejitas, y besar suavemente los huecos tras de ellas, que quedaron húmedos con mi saliva. Luego recorrí el camino inverso, hasta llegar de nuevo a las dos medias manzanitas, duras al tacto. Mordí levemente los pezoncitos por turno, y la chica comenzó a contraer las caderas, e incrementó el ritmo de su mano sobre mi dureza.

Lucy no podía tener las piernas quietas. Las estiraba para luego encogerlas del nuevo, y su pelvis inició un movimiento de vaivén, primero leve, pero no tardó en incrementar la frecuencia, mientras gemía acompasadamente. Tenía los ojos cerrados, y se mordía el labio inferior. Su gesto parecía de dolor, pero nada más lejos de la realidad: tardé en advertirlo, embargado como estaba por las sensaciones, pero finalmente pude darme cuenta de que estaba experimentando un orgasmo, provocado únicamente por mis caricias.

Se dejó caer sobre el respaldo del sillón, boqueando como un pez. Ahora sonreía, y el rubor que seguía coloreando sus mejillas tenía para mí otro significado.

- Nunca me había sucedido algo así –jadeó-. Yo…

Le besé ligeramente en los labios.

- Te has contenido durante demasiado tiempo… Lucy, cielo, tienes que intentarlo, sé que es difícil, pero no te reprimas más. Grita si quieres, retuércete si tienes ganas de ello. Acaríciame, si es eso lo que deseas hacer. No hay nada inapropiado, nada que deba avergonzarte.

Me puse en pie, y comencé a desnudarme lentamente. Ella recorría con la vista cada centímetro de mi piel que quedaba al descubierto, respirando anhelante. Cuando mi pene emergió del pantalón, completamente horizontal, se cubrió la boca con las manos, pero siquiera entonces apartó los ojos. Sus menudos senos subían y bajaban siguiendo la cadencia de sus ligeros jadeos; había permitido que la falda quedara prácticamente arremangada en su cintura, y no parecía ser consciente de estar mostrándome sus virginales braguitas blancas, con una delatora mancha de humedad en la entrepierna.

Me arrodillé ante ella, y solo entonces cayó en la cuenta de su semidesnudez. Cubrió apresuradamente sus muslos con la falda, con un gesto de pudor que consiguió excitarme aún más. La atraje hacia mí, y no tuvo más remedio que separar las piernas, hasta que su sexo quedó en contacto con mi vientre. Me comí literalmente su boca durante mucho tiempo, intentando acallar el instinto que me impulsaba a "ir al grano", como el bestia de su marido. Sentía la turgencia de sus manzanitas maduras sobre mi pecho, y mis manos recorrían la suave piel de su espalda, tersa como la piel de un bebé.

Poco a poco las suyas, que habían estado sobre el asiento, pasaron a mis caderas, luego se posaron sobre mis riñones, subieron a los omóplatos, que comenzaron a acariciar en un movimiento circular. Poco después, sus brazos se enroscaron en mi cuello, me atrajeron hacia ella, y ahora era su boca entreabierta la que buscaba la mía, y su lengua salió al encuentro de mi lengua, que atrapó durante un momento entre sus labios.

No podía parar quieta. De nuevo inició el vaivén de sus caderas, frotando el calor de su vulva contra mi cuerpo, engarfiando los dedos en mi espalda, y jadeando como si le faltara el aire.

Se retiró un instante para recobrar el aliento, y yo aproveché para acercar mi boca a su oído. Mordí levemente el lóbulo de su orejita:

- ¿Me permitirías desnudarte?

- Charlie, es que…

Pero no se opuso a que liberara el corchete de su falda, y descorriera la pequeña cremallera. Le quité la prenda por la cabeza, y me aparté para contemplarla. Sin ropa, sus caderas eran más pronunciadas de lo que me habían parecido, y admiré la levedad de su cintura, y la suavidad de la piel de la cara interior de sus muslos.

- No me mires, me muero de vergüenza…

- Shhhhh, cierra los ojos, Lucy, y déjate llevar. Te estoy mirando, porque me gustas, y porque te deseo.

Llevé las dos manos a la cinturilla de sus braguitas, y tiré ligeramente de ellas hacia abajo. Abrió los ojos instantáneamente.

- No, Charlie, eso no…

A pesar de su protesta, no me impidió bajarlas todo lo que pude, aunque tampoco colaboró en que le despojara de ellas.

- ¡Ea!, abrázame otra vez. Me encanta sentir tu piel en la mía, -murmuré en su oído.

Volvimos a los besos, cada vez más urgentes por la excitación que crecía en ambos. Espere un poco antes de hacer deslizar mi dedo índice por la cara interior de uno de sus muslos. Se puso rígida un instante cuando lo sintió en su ingle, pero después se relajó. Cuando alcancé su sexo, se tensó hacia atrás con un gemido, y yo estuve recorriendo el interior de su abertura, que percibí húmeda y dispuesta.

En aquella posición no me era posible quitarle la única prenda que le quedaba encima. Me aparté lo suficiente, y tiré decididamente de ella. Juntó instantáneamente los muslos y me dirigió una mirada de temor… pero levantó el culito lo suficiente para facilitar que terminara de quitárselas.

Me recreé mirándola unos segundos: roja como la grana, con los ojos cerrados, y una mano introducida entre sus muslos, cubriendo lo que de cualquier manera yo no podía ver, porque los tenía apretados. Me puse en pie, y después me senté con la espalda apoyada en uno de los brazos del sofá. Luego tiré de ella suavemente, hasta dejarla entre mis piernas, con su parte posterior apoyada en mis muslos, dándome la espalda. Quedó medio tendida, con las piernas estiradas, y la mano aún intentando ocultar de mi mirada el último reducto de su pudor.

Levanté sus cabellos, y besé la parte posterior de su cuello, y de nuevo el hueco tras sus orejas, sus mejillas, y la comisura de sus labios. Cuando volví a mirar, la mano ya no tapaba nada, sino que los dedos se aferraban al borde del asiento. Sus muslos estaban ahora ligeramente entreabiertos, y pude distinguir el inicio de la abertura de su vulva, entre el vello corto que tapizaba su pubis.

Llevé las manos a sus senos, y los acaricié largamente, mientras mi boca seguía recorriendo cada porción de su piel que estaba a su alcance. De nuevo hice descender el dedo índice, recorriendo su vientre, rodeando su ombligo, acariciando lentamente el suave vello, y finalmente posé la palma de la mano abierta en su sexo. Su cabeza fue a reposar a mi hombro cuando tensó de nuevo todo el cuerpo, con los ojos cerrados y los labios fruncidos.

Otra vez, el balanceo de su pelvis acompañó los roces de mi mano, que deslicé arriba y abajo sobre la humedad de su abertura, insistiendo en las caricias hasta que de nuevo comenzó a jadear, a un paso de un nuevo orgasmo.

Supuse que en ese momento todas sus defensas se habían derrumbado y todas sus inhibiciones habían desaparecido, y no me equivoqué. Cuando me arrodillé entre sus piernas, ahora entreabiertas, no hizo ni el más leve intento de impedírmelo.

Pasé las manos bajo sus nalgas, elevándolas del asiento, y enterré la boca en su sexo, probando el sabor de su excitación. Atrapé entre mis labios el hinchado botoncito de su cúspide, lo lamí, lo acaricié con la punta de la lengua, y su pubis subió al encuentro de mi rostro, se dobló por la cintura aferrando mis cabellos, y se convulsionó en un nuevo orgasmo.

Ahora sí, me miró de frente, sonriendo dulcemente. Había llegado el momento. Ya no había nada que impidiera que yo diera rienda suelta al deseo que me consumía. Ayudándome con una mano, hice que mi glande recorriera el interior de la hendidura de su sexo, insinuando a veces una penetración que no llegaba a realizar.

Se había tendido de nuevo con los ojos cerrados, y sus dedos estaban engarfiadas sobre la tapicería. Comenzó a pronunciar mi nombre repetidamente en un susurro de volumen creciente, cuando su culito inició otra vez espasmódicos movimientos de elevación, y ya no pude contenerme más.

Con el extremo de mi pene en la entrada de su vagina, la atraje hacia mí tomada de las nalgas, y la penetré muy despacio. Su rostro se contrajo con una expresión que me pareció de dolor, y temí… Pero no era eso. Inopinadamente, comenzó a hacer subir y bajar rápidamente la pelvis, acompañando mis suaves embestidas, y se dejó llevar por un nuevo clímax. Y ahora no se privó de expresar con rítmicos sonidos guturales el intenso placer que estaba experimentando.

Yo me dejé llevar a mi vez, y mi semen se proyectó en el interior de la funda de carne ardiente que oprimía mi masculinidad, hasta que me abandonaron las fuerzas.

☼ ☼ ☼

Estábamos tendidos de costado frente a frente, y Lucía reseguía el contorno de mi boca con la yema de su dedo índice, con una sonrisa satisfecha en su rostro, que ahora resplandecía como trasfigurado.

- ¿Decías antes en serio lo de que me desnude ante mi marido, y me abra el… ya sabes?

- Hummm, mira Lucy, no os conozco lo suficiente a ninguno de los dos, y sería una temeridad por mi parte empujarte a hacer algo que a él podría desagradarle. Solo puedo decirte cual es mi concepto de una relación, por si ello te sirve de algo. El sexo es el acto más íntimo que podemos realizar, implica depositar toda nuestra confianza en el otro, y cuando nos decidimos a ello, no puede haber nada que no se pueda decir, no debe tenerse el más leve reparo en pedir al otro que nos haga lo que deseemos; no existe ningún tabú, todo está permitido a condición de que no desagrade a ninguno de los dos componentes de la pareja. Y no hay que tener ningún reparo en manifestar nuestro placer, como tú has hecho hace unos instantes. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

Me besó ligeramente en el puente de la nariz.

- Charlie, no sé lo que va a suceder a partir de ahora, pero te diré algo: que lo de hoy ha merecido la pena, que no me arrepiento de haberlo… hecho contigo, y que nunca había sentido algo como lo que he experimentado.

☼ ☼ ☼

Cuando apareció Lucy en la guardería a la mañana siguiente, me quedé alelado. Se había maquillado ligeramente, y en sus labios lucía una discreta sombra de carmín. Estaba radiante.

Evitó deliberadamente sentarse a mi lado en la cafetería, pude notarlo, pero sorprendí su mirada clavada en mí en un par de ocasiones, y no apartó los ojos, sino que sonrió levemente.

Ninguna de las chicas hizo ningún comentario o broma dirigido a nosotros, por lo que hube de suponer que no le habían dado la menor importancia al hecho de que nos fuéramos juntos el día de antes.

Cuando acabamos de desayunar, Lucía me tomó de un brazo, y me llevó a unos pasos de la algarabía de las otras chicas.

- Charlie, gracias.

- ¿Gracias? Mira, cielo, lo de ayer fue cosa de dos, y yo lo disfruté probablemente más que tú.

- No me refiero a eso, Charlie.

Se inclinó hacia mi oído:

- Ayer le eché a Luis el polvo de su vida, y después le dije que, o cambiaban las cosas, o habría divorcio, porque no estaba dispuesta ni un momento más a continuar así.

- ¡Jajajajajaja!, Lucy, no te conozco…

- ¡A ver! ¿Qué secretitos son esos?

Eva nos había pasado un brazo sobre los hombros a cada uno de nosotros. Miró fijamente a la otra chica, y sonrió, guiñándole un ojo.

- Bienvenida al club, querida.

No sé si Lucía entendió lo que había querido decir.

Al Salir de la Guardería. Eva

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.
¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Mis amigos me llaman Charlie, y tengo 30 años. No me considero un Adonis, pero modestia aparte, creo que gusto a las chicas. Lo digo porque hasta que comencé mi noviazgo con Ana, no me faltó nunca compañía femenina. Después, bueno, debo confesar que me autoexcluí del "mercado", y le fui rigurosamente fiel hasta el momento en que ambos decidimos… pero esa es otra historia.

Tenemos una niña de cuatro meses, Fedra. (Ya sé lo que estáis pensando y tenéis razón, a mí también me parece un nombre demasiado rebuscado, pero Ana se empeñó, y… bueno, no iba a tener mi primera discusión con ella por tan poco).

Ambos trabajamos, y cuando nació Fedra, pasamos por lo de las externas que nos dejaban colgados un día sí y otro también, los dos faltábamos cada dos por tres al trabajo, y llegamos a plantearnos la posibilidad de que ella dejara su empleo. No es machismo; como veréis a continuación, podría haberme adaptado a convertirme en "amo de casa", pero de los dos sueldos, el mío era el mayor.

No hizo falta. En uno de esos giros inesperados del destino, me ofrecieron un ascenso, a condición de que aceptara el turno de tarde, y aquello nos vino de perlas. De manera que el arreglo es el siguiente: Ana trabaja de 8 a 15, y yo no comienzo hasta las 14, por lo que en las mañanas me ocupo de llevar a la niña a la guardería, hacer la compra, la comida, el lavado de ropa y, en fin, la mayor parte de las tareas que normalmente realizan las mujeres que solo trabajan en casa, excluida la limpieza, porque podemos permitirnos pagar a una mujer para que se encargue de ello a diario.

Bien, estaba diciendo que llevo por las mañanas a Fedra a lo que ahora llaman "escuela infantil", y ese fue el inicio de la historia que quiero contaros. No me sorprendió en absoluto que la mayor parte de las personas que acudían con sus hijos fueran mujeres porque, aunque la tasa de empleo femenino ha crecido bastante, aún hay muchas de las que en tiempos de mis padres declaraban como profesión "sus labores".

Primero fueron saludos corteses mientras esperábamos que abrieran. Luego, no sabría decir cómo, me encontré integrado en un corrillo formado por seis féminas, y me sorprendí a mí mismo comentando lo del dolorcillo de oídos de mi hija y esas cosas, como hacían las demás.

La segunda vez que coincidí con ellas en el bar donde yo tenía costumbre de tomar una taza de café antes de la compra, me pareció descortés no acompañarlas en la mesa que ocupaban, y aquello se estableció como costumbre. Bueno, debo decir en honor a la verdad que influyó también el hecho de que sorprendí miradas y risitas en mi dirección y, aunque entonces no tenía el menor propósito de intentar nada con ninguna, pues eso siempre halaga un poco el ego, ¿no creéis?

Me aceptaron como "una" más, y participé desde el primer momento en sus bromas, y hasta no tenían el menor empacho en comentar delante de mí lo estirada que les parecía aquella (normalmente, se trataba de mujeres de las que quitan el hipo, envidia cochina) o incluso pedirme mi opinión sobre algún tío (y entonces era yo el que resaltaba que tenía poco pelo, o algo así).

Llegó a no ser para mí ningún secreto cual de entre ellas tenía el período en un momento dado, quién andaba no muy a bien con su marido… en fin, creo que podéis haceros una idea.

Si esta fuera una de esas historias irreales, diría que las seis son una especie de bellezas a cual más atractiva, pero no lo es. De manera que habré de decir que se trata de chicas más o menos corrientes, aunque hay un par de ellas que destacan en mis preferencias, por distintas razones: Virginia, porque sin duda tiene el cuerpo mejor formado, y es una gloria verla en primavera, con sus pechos sueltos bailando bajo la blusa, y Eva, que llama la atención por su pecoso rostro simpático y pícaro, siempre sonriente.

No entendáis que la única gracia de Eva es su cara, no he querido decir eso. En realidad está también muy bien, en otro estilo. Pechos grandes, caderas amplias y muslos apetecibles (si es que los tejanos ajustados no engañaban, que no lo hicieron). La primera vez que le eché la vista encima, pensé que tenía un buen polvo, y pensé también que si no se cuidaba un poco, en pocos años podría convertirse en obesa. Pero en el momento presente, como he dicho, su cuerpo rellenito es de lo más sexy e incitante.

Una buena mañana, cuando reuníamos las monedas para pagar "a escote" el desayuno, Eva se encaró conmigo:

- Oye, Charlie, tengo que pedirte un favor. Resulta que había quedado con una amiga, pero tiene el niño enfermo, y no puede. Es que, verás, tengo que dejar el coche en el taller, y si no tienes nada que hacer hoy…

- Por supuesto, cielo. ¿De qué se trata?

- Se trata de que me traigas a casa desde el concesionario. Es que en el transporte público son dos trasbordos, y puedo echar toda la mañana.

- Claro que sí, no te preocupes.

Solo entonces advertí que las otras cinco estaban pendientes de nuestra conversación, y aquello desató una ola de chanzas: que "a ver qué hacéis los dos", que si "se trata de acompañarla SOLO hasta la puerta", ya os podéis imaginar.

Bueno, pues treinta minutos después, más o menos, esperaba a Eva ante el taller, cuando abrió la puerta de mi auto, se acomodó en el asiento, y me miró con gesto compungido:

- Charlie, que me ha surgido algo. Bueno, si tienes algo que hacer, no importa…

Pero se estaba abrochando el cinturón de seguridad, lo que equivalía a dar por sentado que no me iba a negar.

- No, mujer. Tan solo comprar el pan, no te preocupes.

- Es que me han llamado al móvil, que tengo que enseñar una casa a unos posibles compradores.

- Creí que no trabajabas…

- No se trata en realidad de un empleo. Verás, tengo una amiga que es socia de una agencia inmobiliaria, tiene más trabajo del que puede atender, y de vez en cuando me pide algo así, y si hago una venta, la comisión es mía. Será solo un momento, Charlie.

- Venga, mujer no te preocupes. Pero tendrás que indicarme cómo llegar…

No estaba lejos. Se trataba de un chalet individual, que me puso los dientes largos: cuatro dormitorios, tres baños, una parcela con piscina, garaje cubierto para dos autos, totalmente amueblado. Un sueño de 450.000, vaya.

Me lo enseñó todo mientras hacíamos tiempo (me refiero a la casa, malpensados). Media hora después de continuas consultas a su reloj, el posible comprador no había aparecido. Se la veía un poco violenta.

- Lo siento, Charlie, si tienes prisa vete, ya me las apañaré.

Me senté en uno de los sillones tapizados del salón, y ella lo hizo en el de enfrente.

- Ya te he dicho que no, no sufras, mujer.

Hubo un silencio de un par de minutos. Luego ella sonrió, y se inclinó en mi dirección:

- Oye, Charlie, perdona la indiscreción, pero es que siento curiosidad. ¿No te importa ser tú el que hace las tareas domésticas?

- Bueno, me llevo muy a mal con la aspiradora y la fregona, pero no sé si me has oído decir que tenemos una asistenta que se encarga de eso.

- ¿Y a tú mujer no le importa que estés tanto tiempo a solas con una chica joven?

- ¡Jajajajaja!, veo que en el barrio todo el mundo está al cabo de la vida de todos.

Se ruborizó.

- Lo siento, no era mi intención, es solo que ya sabes, las cosas se comentan… y en la "pandilla" hay alguna que conoce tu vida al dedillo.

- ¡Cuánto honor! No, verás, Ana no tiene el más mínimo recelo por ello. Me conoce muy bien, y sabe que yo no intentaré aprovecharme de la clásica situación de la sirvienta y el señorito.

- Cosas peores se han visto. Pero tienes razón en lo de que no se puede guardar ningún secreto en un sitio como el que vivimos. De hecho, puede que mañana seamos tú y yo la comidilla de todos, y eso que ignoran que no se ha tratado solo de llevarme a mi casa desde el taller…

- Bueno, supongo que debería importarte más a ti que a mí. Si es verdad lo que dices, igual puedes tener un problema con tu esposo.

- ¡Bah! –hizo con la mano el clásico gesto de apartar algo-. A estas alturas, Eduardo no se impresionaría lo más mínimo por tan poca cosa.

Me quedé mirándola de hito en hito, sin saber a ciencia cierta a qué se refería.

- Mira, mi marido y yo tenemos una especie de acuerdo tácito. No es que no nos queramos, pero sucedió algo. El año pasado, una "buena amiga" me contó que tenía un "lío". No acabé de creerlo hasta que un día los seguí a un hotel, donde pasaron casi tres horas.

- ¡Joder, Eva! ¿Y qué hiciste?

- Volví a casa hecha polvo, pensando en el divorcio, en qué sucedería con nuestro hijo, ya puedes imaginar. Por alguna razón, esa noche no le dije nada, aunque me revolvía la bilis ver al muy cabrón comportándose como si no pasara nada. Pero cuando me levanté a la mañana siguiente, lo vi todo de otra manera, y después tuve el día entero para pensarlo. Así que me enfrenté a él tranquilamente, le dije que sabía lo suyo, y que yo me consideraba desde ese momento autorizada a tener mis propias aventuras.

Me miró al rostro, y se echó a reír.

- ¡Jajajajajaja, te has escandalizado, Charlie! Pero… vamos a ver, ¿en qué mundo vives? ¿Crees acaso que en el siglo XXI aún se sigue llevando lo de la fidelidad "hasta que la muerte nos separe", y todo eso? Te sorprendería saber algunas cosas. Por ejemplo, en el bloque donde vive una de las chicas de la pandilla, no te diré cual, hay un vecino algo maduro pero de muy buen ver, solterón, que tiene una profesión liberal y trabaja en casa. Y, digamos, que ella pasa a hacerle compañía un par de veces por semana.

- Bueno, no me he caído de un guindo, y sé que esas cosas suceden…

- Con más frecuencia de la que imaginas. A ver si adivinas… ¿Quiénes de las chicas son "algo más que amigas"?

- ¿Quieres decir?…

- Eso mismo. Que se montan las dos solitas de vez en cuando una fiestecita en casa de alguna de ellas, en la que los consoladores tienen un papel relevante, ya me entiendes.

«Si tú supieras… -pensé»

Conseguí en ese momento atrapar una idea que me andaba rondando desde hacía unos segundos: lo de llevar su auto al taller había sido cierto, pero no lo de los compradores. Eva me había llevado allí con un propósito definido, y la idea consiguió que comenzara a empalmarme.

La miré de otra manera: sus piernas cruzadas resaltaban la rotundidad de sus muslos; los tres botones desabrochados de su blusa, lo estaban de seguro con la intención de que, inclinada como estaba, yo tuviera una panorámica de casi la mitad de sus pechos.

- ¿Qué me miras? –preguntó con una pícara sonrisa.

- Te estoy contemplando por primera vez como mujer, Eva, y lo que veo me gusta mucho…

Se pasó la lengua por los labios, en un gesto de lo más incitante.

- Ya. Después de lo que te he contado, piensas que soy una mujer fácil.

- No, pero creo que me arriesgaré a recibir un guantazo. Ven, siéntate a mi lado.

Lo hizo, con una mirada insinuante.

- ¿Y ahora?

Por toda respuesta, comencé a desabrochar el botón superior de sus tejanos ajustados como una segunda piel, y ella contuvo la respiración para facilitarme la labor. Descorrí la cremallera muy despacio, casi diente a diente. Debajo había un tanga de color negro, que apenas alcanzaba a cubrir el sexo. No se distinguía ni sombra de vello púbico, al menos hasta el elástico de la minúscula braguita. Y ella seguía sonriendo, con el gesto pícaro que me había atraído desde el primer instante.

Me arrodillé entre sus piernas, y desabroché sus sandalias muy despacio. Pies cuidados, con las uñas pintadas de color malva. Tomé el derecho, y lo cubrí de besos. Luego introduje su dedo pulgar en mi boca, y lo rodeé con la lengua. Eva comenzó a revolverme los cabellos con las dos manos.

- Creo que no habrá guantazo, Charlie. Mmmmm, sigue, me encanta…

Repetí las caricias en el otro pie. Cuando alcé la vista, no quedaba ni un solo botón en su lugar. A través de la blusa abierta, pude contemplar un sujetador a juego, que apenas podía contener el tamaño de sus senos, y que dejaba al aire una porción de las dos aréolas oscuras.

Hizo deslizar el trasero, hasta que quedó casi tumbada, con solo la cabeza en el respaldo, y los muslos muy separados. La costura de la entrepierna se introducía sugerentemente en su sexo, y a ambos lados resaltaba el abultamiento de sus labios mayores.

Comencé a tirar muy despacio de los bajos de sus pantalones. Apoyó las dos manos en el asiento y elevó el culito, manteniéndose a pulso hasta que la prenda terminó de pasar bajo sus nalgas, y finalmente los tejanos quedaron en mis manos. La delantera de su braguita, que tenía marcada la raya de la vulva, iba disminuyendo su anchura hasta convertirse en una tira muy estrecha, que desaparecía entre sus glúteos.

- ¡Eh!, me toca a mí. Ponte en pie.

Le obedecí, y ella siguió parecido proceso: desabrochó la hebilla de mi cinturón con dedos hábiles, soltó la presilla y bajó la cremallera, dejando al descubierto el abultamiento de mi slip. Me dedicó una mirada insinuante, y después atrapó la protuberancia entre sus dientes, sin apretar.

Estiró del elástico, y miró dentro. Silbó apreciativamente, y después se puso en cuclillas; pantalón y slip al mismo tiempo fueron a parar a mis tobillos, y mi erección quedó al descubierto, con el glande a menos de cinco centímetros de su boca.

Lo tomó y deslizó la mano hacia atrás. Me dirigió otra mirada, y se lo introdujo en la boca. No era la primera vez, se notaba a las claras, y además disfrutaba con ello, aunque supongo que menos que yo. Un par de minutos después, soltó mi "caramelo" y se sentó en el sofá, en una posición muy similar a la de antes. Se quitó el sujetador, y después, con una sonrisa insinuante, me hizo la clásica seña con el dedo índice para que me acercara. Cuando lo dice, puso las dos manos en mis hombros, obligándome a arrodillarme entre sus piernas. Yo no sabía muy bien cuales eran sus intenciones, pero le dejé hacer.

Tomó nuevamente mi pene con una mano, y lo colocó en el canal entre sus dos grandes pechos. Luego los estrujó con las manos, apresando mi erección entre ellos, e inició un ligero movimiento de su cintura, que conseguía hacerlo entrar y salir de entre sus senos. De vez en cuando, en el momento en que asomaba por la parte superior, inclinaba la cabeza y lo atrapaba entre sus labios.

- ¿A que no te habían hecho antes algo así? –preguntó con un gesto de malicia.

- Es que mi mujer no tiene tu abundancia, cariño, y más vale que lo dejes porque estoy a punto de hacerte un regalito…

Efectivamente, me encontraba a un paso de derramar mi carga, de manera que lo mejor era descansar. Pero Eva se merecía un tratamiento similar al que terminaba de hacerme, por lo que llevé las manos a la cinturilla de sus braguitas; ella se elevó ligeramente, y cuando hubieron pasado por debajo de sus glúteos, subió las piernas en ángulo recto. Cuando terminé de extraerlas por sus pies, separó los muslos, y comenzó a acariciarse sensualmente.

Le permití hacerlo durante unos instantes, porque se trataba de un espectáculo… su sexo es de los que están provistos de unos grandes labios menores, que sobresalen de modo visible aunque no estén tan turgentes y abultados como lo estaban en ese instante. Sus dedos los recorrían de arriba abajo, insinuando de vez en cuando una penetración con el extremo de su dedo índice.

Retiré su mano, y la sustituí con mi lengua. Sus dedos fueron a mis cabellos, y cada una de mis lamidas en el rosado interior de su vulva era acompañada por una especie de contracción de su pelvis, que venía al encuentro de mi boca, y un gemido en tono bajo, que se iba elevando poco a poco. Cuando cerré los labios sobre su clítoris, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, y no tardó en contorsionarse cuando le invadieron las contracciones de un intenso orgasmo.

Segundos después, aún jadeante, abrió los ojos y me dedicó una de las sonrisas pícaras que me habían atraído desde que le eché la vista encima por primera vez. Se tendió en el sofá con las piernas muy abiertas, y comenzó a acariciarse el sexo. Era todo un ofrecimiento, que no desaproveché. Me arrodillé entre sus piernas, elevé su trasero con una mano hasta dejarlo apoyado en mis muslos, y guié mi pene inflamado hasta la abertura húmeda que lo esperaba.

Insinué una penetración sin completarla, e hice deslizar mi glande arriba y abajo por la invitante abertura. Segundos después, dejé resbalar mi erección hasta la mitad en su lubricado conducto, y su cuerpo se arqueó, mientras fruncía los labios en un gesto de placer expectante. Repetí la operación varias veces, y finalmente le enterré profundamente mi dureza, quedándome quieto, disfrutando de la sensación del abrazo íntimo de su vagina.

Después de unos instantes, comenzó a contraer espasmódicamente la pelvis, gimiendo en tono bajo, mientras se acariciaba el clítoris. A esas alturas, yo estaba ya al mismo límite, y me dejé llevar por el instinto que me impelía a bombear cada vez más rápido, cada vez más profundo… hasta que se produjo una especie de estallido en mi interior, y descargué en su interior el producto de mi excitación extrema. Sus gemidos de placer eran como un sonido de fondo que incrementaba aún más mi fiebre, y su cuerpo se convulsionó entregándose a un nuevo orgasmo.

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El tiempo se nos había pasado volando, y era ya muy tarde cuando nos vimos de nuevo en mi auto. Eva posó una mano sobre mi muslo, y lo acarició suavemente.

- No sé qué opinión te habrás formado de mí…

Le besé ligeramente los labios.

- Pues mi opinión es que eres una mujer muy bonita y sensual, que me ha encantado disfrutar de tu cuerpo y que… bien, que no dejes de avisarme si tienes que enseñar otra casa amueblada a los compradores, sobre todo si estos no van a venir.

Echó la cabeza hacia atrás, riendo con ganas.

- ¿Tan evidente ha sido? ¡Qué vergüenza!.

Pero no parecía avergonzada en absoluto, sino que me miraba fijamente con otra de sus sonrisas seductoras iluminando su rostro pecoso.