miércoles, 26 de agosto de 2009

Al Salir de la Guardería. Lucía

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.
¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Habían pasado tres días desde la historia de Eva. (Por cierto, que si no la habéis leído, os recomiendo hacerlo, y así entenderéis mejor algunas cosas de ésta, de las que, de otro modo, os quedaréis "in-albis").

Al día siguiente hubo alguna indirecta durante el desayuno, pero no creo verdaderamente que ninguna de las chicas estuviera al tanto de lo que sucedió, aunque ahora no estoy tan seguro de ello. Luego pareció olvidarse el tema, y las cosas siguieron como siempre.

Llovía como si el cielo se estuviera entrenando para un segundo Diluvio Universal, en serio. Yo llevaba paraguas, y un par de las chicas también, por lo que fue lógico que acompañáramos a las que no lo llevaban a sus autos. Yo tomé del brazo a Lucía, aunque en su caso no había tal auto, porque vivía a cuatro cuadras de la cafetería. No lo hice con ningún propósito, palabra. Simplemente, las otras se habían emparejado para protegerse de la lluvia, y ella quedaba de "non", así que me pareció lo obligado. De pasada: Lucy es una chica menudita y delgada. Está escurrida de pecho, y algo menos de caderas, pero tiene un rostro agradable, con un lunar incitante en la comisura de la boca, preciosos ojos de color miel, unas bonitas piernas, y unas diminutas nalgas redonditas y respingonas. Es la más tímida del grupo, y se ruboriza por cualquier cosa, lo que yo añado a la lista de sus atractivos.

En dos minutos estábamos delante de su portal. Pareció titubear un instante, me miró, luego bajó la vista… Yo esperé pacientemente. Iba a decirme algo, pero había que darle tiempo. Tardó en decidirse:

- Charlie, que… bueno, no nada.

- ¿Necesitas alguna cosa? –pregunté.

- No, no importa, puedo hacerlo mañana.

- Oye, Lucy, hay confianza suficiente, de manera que no te cortes…

- Tenía que ir a un sitio, pero con esta lluvia…

- Bien, yo puedo acercarte, no hay problema.

- Es que mi hermana está de viaje, y me encargó regar las plantas y cuidar su canario. Ayer no pude, tuve que llevar a Daniel al pediatra, y hoy pensaba… Pero déjalo, está lejos, ya iré mañana.

La miré de hito en hito:

- No seas boba, Lucy, de verdad que no me cuesta ningún trabajo. Mira, no es necesario que nos mojemos los dos, de manera que me esperas aquí, voy a por mi coche y te recojo. ¿Hace?

Dos minutos después estaba sentada a mi lado en el auto, muy envarada, mirando a través del parabrisas, sin osar dirigirme la vista. Estaba un poco ruborizada y me pregunté si… Pero no, podía esperar algo parecido a lo de Eva de otra cualquiera de las chicas, pero no de la tímida y recatada Lucy.

No despegó los labios en todo el trayecto más que para darme indicaciones. Y, finalmente, nos encontramos en un pisito pequeño y muy femenino, con mucha luz, y lleno de esos detalles que a los hombres no se nos ocurre nunca comprar. En el pequeño recibidor había otras tres puertas, además de la del salón-comedor donde nos encontrábamos, y una de ellas daba a la cocina y la otra al aseo, lo vi porque estaban entornadas, de modo que solo había un dormitorio.

- No conozco a tu hermana. ¿Está casada?

- No, trabaja en una ONG, está siempre de viaje, y dice que no tiene tiempo para eso.

- Es un piso muy bonito –añadí por decir algo, porque a Lucy había que sacarle las palabras con sacacorchos.

- Sí, -convino ella.

Me senté en un sofá de dos plazas (no había espacio en el salón para mucho más) y me dediqué a seguirla con la vista mientras hacía viajes desde la cocina con una jarra. Había algunos tiestos en el alféizar de la ventana, y tuvo que ponerse de puntillas e inclinarse para alcanzar los de un extremo. La falda se le subió por detrás hasta un poco más arriba de medio muslo, y confirmé mi apreciación anterior: si te gustan las piernas delgadas y bien formadas (y a mí me gustan) las de Lucy eran una cosa digna de tenerse en cuenta.

Después estuvo enredando con la jaula del canario, y finalmente, se detuvo ante mí:

- Soy un poco descortés, no te he ofrecido un café o algo…

- No te preocupes, en serio.

- ¿De veras no te apetece nada?

Había insistido, lo que podía querer decir que aún no deseaba que nos fuéramos.

- Bueno, si no es molestia, una cola u otro refresco estará bien.

Sirvió zumo de naranja frío de un "brik" en dos vasos. Me repatea, porque opino que el zumo de naranja solo es tal si se acaba de extraer de una naranja, pero no era cosa de decírselo. Se sentó a mi lado, lo que es solo una forma de expresarlo, porque lo hizo en el otro extremo, todo lo alejada de mí que le permitía el exiguo espacio, y tomó un par de sorbitos de su bebida. Luego me dirigió un rápido vistazo en dos ocasiones, apartando rápidamente la mirada, abrió la boca un par de veces como si fuera a decir algo, se arrepintió… Yo seguía esperando pacientemente. Finalmente, con la vista puesta en la puntera de sus sandalias, comenzó a hablar en tono bajo.

- Yo, Charlie… Es que verás…

Al fin pareció decidirse, y el resto salió en tropel.

- Las plantas y el canario podían haber esperado a mañana, pero quería hablar contigo.

«¿Solo hablar? –pensé, notando un cosquilleo de excitación»

- Pues tú dirás, cielo.

- Me da un poco de vergüenza, Charlie… pero es que no conozco a otra persona a quién consultárselo.

- ¡Venga, boba! Entre amigos… -le animé.

Se quedó en silencio unos instantes, y luego pareció decidirse.

- Lo he hablado con Eva, y también tuve un par de conversaciones al respecto con mi hermana, pero lo que me han dicho no me convence, y además… bueno, quería conocer el punto de vista de un hombre.

- ¿Cuál es el problema? Porque si no me lo dices, no podré opinar…

De nuevo guardó absoluto mutismo durante unos segundos. Finalmente, alzó la vista y me miró fijamente, encarnada hasta la raíz del pelo.

- ¿Te parezco bonita, Charlie?

Aquello se iba deslizando por unos derroteros que ya, ya. ¿Qué le iba a decir? ¿"Eres mona"? Seguro que entendería otra cosa. Quizá ¿"me pareces una chica preciosa"? Supondría que solo trataba de halagarla.

Me puse en pie, y tomé una de sus manos, rozándole al paso el muslo sobre el que estaba posada. Advertí que se le había erizado el casi invisible vello que lo cubría. Tiré de ella, obligándole a seguirme hasta el espejo de cuerpo entero que había visto en el recibidor. La dejé frente a él, y me coloqué detrás, con las manos en sus hombros.

- Mírate, y juzga tú misma.

- No soy lo que se dice una belleza… -susurró, y en su rostro se dibujó una sonrisa triste.

- Mmmmm, Lucy, no tienes que verte con tus ojos, sino con los míos.

- No soy guapa…

- Tienes un rostro atractivo, y lo sería más si sonrieras frecuentemente, que siempre estás muy seria.

- No tengo casi… pecho.

- Eso, cariño, es cuestión de gustos, y los hombres los tenemos muy variados. No creas que a todos nos gustan exclusivamente los senos grandes y opulentos. A riesgo de avergonzarte, te diré que esa camiseta ajustada que llevas los resalta, y que se mueven de una forma muy incitante cuando caminas.

¡Joder!, un momento antes los pezones eran invisibles, y juro que los vi crecer, hasta sobresalir como pequeños dedos. Y también pude percibir el estremecimiento que la recorrió de pies a cabeza.

- Mis piernas son delgadas…

Me lo pensé. Solo dos segundos. Llevé las dos manos al vuelo de su falda, y la subí hasta que quedó a dos o tres dedos de su sexo. Hizo un intento de sujetarme las manos, pero finalmente se limitó a dejarlas sobre las mías.

- Pues a mí me parecen muy bien formadas. Te aseguro que no lo digo por halagarte, pero tienes unos muslos preciosos.

Solté la falda, y llevé de nuevo las manos a sus hombros, obligándole a darme frente. Se resistía a mirarme a los ojos, y estaba intensamente ruborizada. Sentí deseos de comérmela, pero me limité a alzar su barbilla, hasta que por fin sus ojos color miel quedaron prendidos en los míos.

- Escucha Lucy, creo que te tienes en menos de lo que vales. ¿Eres una belleza de las de anuncio de cosméticos, o una chica "diez"? No, de la misma forma que yo no soy lo que se dice un Adonis. Pero eres una mujer muy atractiva, y cualquier hombre, incluido yo mismo, daría cualquier cosa por tenerte, puedes estar segura.

De nuevo, bajó la vista.

- Cualquiera no, mi marido ni me mira.

«¡Ostras!, así que va de eso –pensé»

- ¡Va!, ven al sofá y cuéntame, porque me parece que lo de que te crees el "patito feo" es solo la introducción.

Cuando se sentó (esta vez con su cadera en contacto con la mía) estaba deshecha en llanto. Le ofrecí mi pañuelo, y esperé a que se desahogara. Al final, alzó hacia mí sus bonitos ojos empañados por las lágrimas.

- No me parece bien cargarte con mis problemas, Charlie. Quizá será mejor que nos vayamos.

Me limité a atraerla hacia mí, y abrazarla estrechamente, sin decir nada.

- Eres un cielo, Charlie. Y me has hecho sentir muy bien, en serio –susurró con la boca pegada a mi oído.

- Hasta ahora no he hecho nada…

- Me has escuchado, y… me da un poco de vergüenza decirlo, pero… cuando estábamos antes delante del espejo, me has hecho sentir mujer. Hacía mucho que nadie lo hacía, y solo por eso te mereces…

Sonreí, y le ofrecí mi mejilla. Ante mi sorpresa, me echó los brazos al cuello, y apretó los labios contra ella. Noté perfectamente la dureza de sus pezoncitos a través de la ropa, y su aliento entrecortado en mi rostro. Separó sus labios de él, pero no hizo la más leve intención de deshacer el abrazo.

- Hace casi un año que Luis y yo no… Desde que nació Daniel.

- ¿Lo has hablado con él?

- No me atrevo, Charlie, me da vergüenza.

- ¿Cuánto tiempo lleváis casados?

- Va a hacer cuatro años en octubre.

- Ya. Mira, Lucy, no voy a decir que lo de tu marido sea normal, pero sí lo es que descienda la temperatura de los primeros tiempos. Cuando eso sucede, cada pareja reacciona de distinta manera. Las hay que simplemente se resignan a un coito a la semana, como mucho. Otras intentan ponerle un poco de sal y pimienta a la cosa, no sé si me entiendes, y aún otros... dejémoslo. Depende del carácter de cada uno, y de muchas otras cosas, cielo. Lo que no debes pensar en ningún momento es que la culpa es tuya, porque no eres más atractiva, o porque no te pones ropa sexy, o… Tu marido tiene también alguna responsabilidad en el tema, y no vas a ser tú la única con obligación de excitarle todos los días.

Le acaricié suavemente los cabellos, lo dudé menos de una décima de segundo, y después los besé con suavidad. Sentí que se estremecía otra vez, como si la hubiera recorrido una corriente eléctrica.

- Has dicho un… a la semana, pero yo te he hablado de un año entero, y eso no es normal, me parece a mí.

Me estaba excitando, no podía remediarlo.

- Si me paso siete pueblos me lo dices y me callo, cariño, pero voy a hacer de adivino: antes del año… digamos sabático, lo hacíais con la luz apagada, ¿a que sí?

- Sí.

- Ya. ¿Completamente desnudos, o te limitabas a subirte el camisón, o lo que uses para dormir?

- Es que Luis es un hombre muy fogoso, y va rápidamente al asunto…

- Me hago una idea. La siguiente pregunta es más… íntima. Me paras los pies cuando quieras, ¿eh? Bien, ¿tienes orgasmos habitualmente?

Esta vez tardó un poco más en responder.

- Casi nunca.

- ¿Has probado a estimularte el clítoris con la mano mientras haces el amor?

- ¡Joder, Charlie!, me estás avergonzando.

- ¿Y a masturbarte?

Su rostro se puso de color grana.

- Eso es… no está bien, Charlie.

- Mira, no soy psicólogo, pero se me alcanza que al menos una parte de vuestro problema son los "no está bien", y los "eso no es decente", y ahora no estoy hablando solamente de ti, que a él le alcanza también una buena parte de culpa, como te decía antes. Claro, que a lo mejor tu marido no entendería que una noche te desnudaras lentamente ante él…

Me interrumpió una risa nerviosa de la chica.

- ¡Jajajajaja!, yo no sería capaz…

- Déjame continuar. Que te tumbaras después con las piernas bien abiertas, con la luz encendida, ¿eh?, y te acariciaras despacio la vulva…

- ¡Charlie!

- Que le pidieras a él que te estimulara el clítoris con la boca…

- ¡Nooooooo, Charlie!

- Que te separaras los labios del sexo con las dos manos, y le mostraras lo excitada y dispuesta que estás…

- ¡Charlie, por favor, no sigas!

Temblaba entre mis brazos como atacada de fiebre, y hasta le castañeteaban los dientes. Pero no pude ver en su rostro, a pesar del rubor que lo cubría, ni sombra de pudor, sino otra cosa: ¡estaba enormemente excitada! Y entonces fui consciente de que yo también tenía desde no sé cuanto tiempo antes una erección más que regular.

- Lucy cielo, me vas a matar, pero tengo que decírtelo: te deseo, y quiero hacerte el amor.

Alzó la vista, y sus ojos eran como los de un pajarillo asustado.

- Lo dices solo para hacerme sentir bien, pero no es verdad que me deseas –afirmó en un susurro.

Tomé su mano derecha, y la llevé al bulto que se había formado en la delantera de mi pantalón. Hizo un intento de retirarla, que no permití, y finalmente la dejó quieta sobre mi pene.

- ¿Te parece a ti que eso es solo para hacerte sentir bien?

- Charlie, yo nunca… solo con Luis.

Me sorprendí advirtiendo que pocas veces en mi vida había sentido un deseo tan intenso como el que experimentaba en ese momento.

- No te voy a obligar a nada, cariño. Solo tienes que decirme ¡basta!

La miré intensamente, y luego, muy despacio llevé el dedo índice hasta uno de los pezones que seguían abultando el tejido de algodón que los cubría.

- Voy a quitarte la camiseta, y a morder esos pechitos, para probarte que me resultan apetecibles.

No opuso la menor resistencia. Las aréolas eran cónicas y de color rosado, como los botoncitos erectos que las coronaban. Su pecho olía a jabón de baño infantil, y curiosamente eso incrementó aún más mi deseo. Tomé uno de los pezones entre mis labios, y lo recorrí en círculos con la lengua. Luego repetí la acción con el otro, mientras mi mano acariciaba el que mi boca acababa de dejar libre. Y entonces, con un estremecimiento, advertí que la mano de la chica comenzaba a deslizarse arriba y abajo sobre mi pene.

Besé la separación entre sus senos, recorriendo con mi boca muy despacio el camino hasta su garganta. Lucy echó la cabeza hacia atrás, permitiéndome lamer su cuello, los lóbulos de sus orejitas, y besar suavemente los huecos tras de ellas, que quedaron húmedos con mi saliva. Luego recorrí el camino inverso, hasta llegar de nuevo a las dos medias manzanitas, duras al tacto. Mordí levemente los pezoncitos por turno, y la chica comenzó a contraer las caderas, e incrementó el ritmo de su mano sobre mi dureza.

Lucy no podía tener las piernas quietas. Las estiraba para luego encogerlas del nuevo, y su pelvis inició un movimiento de vaivén, primero leve, pero no tardó en incrementar la frecuencia, mientras gemía acompasadamente. Tenía los ojos cerrados, y se mordía el labio inferior. Su gesto parecía de dolor, pero nada más lejos de la realidad: tardé en advertirlo, embargado como estaba por las sensaciones, pero finalmente pude darme cuenta de que estaba experimentando un orgasmo, provocado únicamente por mis caricias.

Se dejó caer sobre el respaldo del sillón, boqueando como un pez. Ahora sonreía, y el rubor que seguía coloreando sus mejillas tenía para mí otro significado.

- Nunca me había sucedido algo así –jadeó-. Yo…

Le besé ligeramente en los labios.

- Te has contenido durante demasiado tiempo… Lucy, cielo, tienes que intentarlo, sé que es difícil, pero no te reprimas más. Grita si quieres, retuércete si tienes ganas de ello. Acaríciame, si es eso lo que deseas hacer. No hay nada inapropiado, nada que deba avergonzarte.

Me puse en pie, y comencé a desnudarme lentamente. Ella recorría con la vista cada centímetro de mi piel que quedaba al descubierto, respirando anhelante. Cuando mi pene emergió del pantalón, completamente horizontal, se cubrió la boca con las manos, pero siquiera entonces apartó los ojos. Sus menudos senos subían y bajaban siguiendo la cadencia de sus ligeros jadeos; había permitido que la falda quedara prácticamente arremangada en su cintura, y no parecía ser consciente de estar mostrándome sus virginales braguitas blancas, con una delatora mancha de humedad en la entrepierna.

Me arrodillé ante ella, y solo entonces cayó en la cuenta de su semidesnudez. Cubrió apresuradamente sus muslos con la falda, con un gesto de pudor que consiguió excitarme aún más. La atraje hacia mí, y no tuvo más remedio que separar las piernas, hasta que su sexo quedó en contacto con mi vientre. Me comí literalmente su boca durante mucho tiempo, intentando acallar el instinto que me impulsaba a "ir al grano", como el bestia de su marido. Sentía la turgencia de sus manzanitas maduras sobre mi pecho, y mis manos recorrían la suave piel de su espalda, tersa como la piel de un bebé.

Poco a poco las suyas, que habían estado sobre el asiento, pasaron a mis caderas, luego se posaron sobre mis riñones, subieron a los omóplatos, que comenzaron a acariciar en un movimiento circular. Poco después, sus brazos se enroscaron en mi cuello, me atrajeron hacia ella, y ahora era su boca entreabierta la que buscaba la mía, y su lengua salió al encuentro de mi lengua, que atrapó durante un momento entre sus labios.

No podía parar quieta. De nuevo inició el vaivén de sus caderas, frotando el calor de su vulva contra mi cuerpo, engarfiando los dedos en mi espalda, y jadeando como si le faltara el aire.

Se retiró un instante para recobrar el aliento, y yo aproveché para acercar mi boca a su oído. Mordí levemente el lóbulo de su orejita:

- ¿Me permitirías desnudarte?

- Charlie, es que…

Pero no se opuso a que liberara el corchete de su falda, y descorriera la pequeña cremallera. Le quité la prenda por la cabeza, y me aparté para contemplarla. Sin ropa, sus caderas eran más pronunciadas de lo que me habían parecido, y admiré la levedad de su cintura, y la suavidad de la piel de la cara interior de sus muslos.

- No me mires, me muero de vergüenza…

- Shhhhh, cierra los ojos, Lucy, y déjate llevar. Te estoy mirando, porque me gustas, y porque te deseo.

Llevé las dos manos a la cinturilla de sus braguitas, y tiré ligeramente de ellas hacia abajo. Abrió los ojos instantáneamente.

- No, Charlie, eso no…

A pesar de su protesta, no me impidió bajarlas todo lo que pude, aunque tampoco colaboró en que le despojara de ellas.

- ¡Ea!, abrázame otra vez. Me encanta sentir tu piel en la mía, -murmuré en su oído.

Volvimos a los besos, cada vez más urgentes por la excitación que crecía en ambos. Espere un poco antes de hacer deslizar mi dedo índice por la cara interior de uno de sus muslos. Se puso rígida un instante cuando lo sintió en su ingle, pero después se relajó. Cuando alcancé su sexo, se tensó hacia atrás con un gemido, y yo estuve recorriendo el interior de su abertura, que percibí húmeda y dispuesta.

En aquella posición no me era posible quitarle la única prenda que le quedaba encima. Me aparté lo suficiente, y tiré decididamente de ella. Juntó instantáneamente los muslos y me dirigió una mirada de temor… pero levantó el culito lo suficiente para facilitar que terminara de quitárselas.

Me recreé mirándola unos segundos: roja como la grana, con los ojos cerrados, y una mano introducida entre sus muslos, cubriendo lo que de cualquier manera yo no podía ver, porque los tenía apretados. Me puse en pie, y después me senté con la espalda apoyada en uno de los brazos del sofá. Luego tiré de ella suavemente, hasta dejarla entre mis piernas, con su parte posterior apoyada en mis muslos, dándome la espalda. Quedó medio tendida, con las piernas estiradas, y la mano aún intentando ocultar de mi mirada el último reducto de su pudor.

Levanté sus cabellos, y besé la parte posterior de su cuello, y de nuevo el hueco tras sus orejas, sus mejillas, y la comisura de sus labios. Cuando volví a mirar, la mano ya no tapaba nada, sino que los dedos se aferraban al borde del asiento. Sus muslos estaban ahora ligeramente entreabiertos, y pude distinguir el inicio de la abertura de su vulva, entre el vello corto que tapizaba su pubis.

Llevé las manos a sus senos, y los acaricié largamente, mientras mi boca seguía recorriendo cada porción de su piel que estaba a su alcance. De nuevo hice descender el dedo índice, recorriendo su vientre, rodeando su ombligo, acariciando lentamente el suave vello, y finalmente posé la palma de la mano abierta en su sexo. Su cabeza fue a reposar a mi hombro cuando tensó de nuevo todo el cuerpo, con los ojos cerrados y los labios fruncidos.

Otra vez, el balanceo de su pelvis acompañó los roces de mi mano, que deslicé arriba y abajo sobre la humedad de su abertura, insistiendo en las caricias hasta que de nuevo comenzó a jadear, a un paso de un nuevo orgasmo.

Supuse que en ese momento todas sus defensas se habían derrumbado y todas sus inhibiciones habían desaparecido, y no me equivoqué. Cuando me arrodillé entre sus piernas, ahora entreabiertas, no hizo ni el más leve intento de impedírmelo.

Pasé las manos bajo sus nalgas, elevándolas del asiento, y enterré la boca en su sexo, probando el sabor de su excitación. Atrapé entre mis labios el hinchado botoncito de su cúspide, lo lamí, lo acaricié con la punta de la lengua, y su pubis subió al encuentro de mi rostro, se dobló por la cintura aferrando mis cabellos, y se convulsionó en un nuevo orgasmo.

Ahora sí, me miró de frente, sonriendo dulcemente. Había llegado el momento. Ya no había nada que impidiera que yo diera rienda suelta al deseo que me consumía. Ayudándome con una mano, hice que mi glande recorriera el interior de la hendidura de su sexo, insinuando a veces una penetración que no llegaba a realizar.

Se había tendido de nuevo con los ojos cerrados, y sus dedos estaban engarfiadas sobre la tapicería. Comenzó a pronunciar mi nombre repetidamente en un susurro de volumen creciente, cuando su culito inició otra vez espasmódicos movimientos de elevación, y ya no pude contenerme más.

Con el extremo de mi pene en la entrada de su vagina, la atraje hacia mí tomada de las nalgas, y la penetré muy despacio. Su rostro se contrajo con una expresión que me pareció de dolor, y temí… Pero no era eso. Inopinadamente, comenzó a hacer subir y bajar rápidamente la pelvis, acompañando mis suaves embestidas, y se dejó llevar por un nuevo clímax. Y ahora no se privó de expresar con rítmicos sonidos guturales el intenso placer que estaba experimentando.

Yo me dejé llevar a mi vez, y mi semen se proyectó en el interior de la funda de carne ardiente que oprimía mi masculinidad, hasta que me abandonaron las fuerzas.

☼ ☼ ☼

Estábamos tendidos de costado frente a frente, y Lucía reseguía el contorno de mi boca con la yema de su dedo índice, con una sonrisa satisfecha en su rostro, que ahora resplandecía como trasfigurado.

- ¿Decías antes en serio lo de que me desnude ante mi marido, y me abra el… ya sabes?

- Hummm, mira Lucy, no os conozco lo suficiente a ninguno de los dos, y sería una temeridad por mi parte empujarte a hacer algo que a él podría desagradarle. Solo puedo decirte cual es mi concepto de una relación, por si ello te sirve de algo. El sexo es el acto más íntimo que podemos realizar, implica depositar toda nuestra confianza en el otro, y cuando nos decidimos a ello, no puede haber nada que no se pueda decir, no debe tenerse el más leve reparo en pedir al otro que nos haga lo que deseemos; no existe ningún tabú, todo está permitido a condición de que no desagrade a ninguno de los dos componentes de la pareja. Y no hay que tener ningún reparo en manifestar nuestro placer, como tú has hecho hace unos instantes. ¿Entiendes lo que quiero decirte?

Me besó ligeramente en el puente de la nariz.

- Charlie, no sé lo que va a suceder a partir de ahora, pero te diré algo: que lo de hoy ha merecido la pena, que no me arrepiento de haberlo… hecho contigo, y que nunca había sentido algo como lo que he experimentado.

☼ ☼ ☼

Cuando apareció Lucy en la guardería a la mañana siguiente, me quedé alelado. Se había maquillado ligeramente, y en sus labios lucía una discreta sombra de carmín. Estaba radiante.

Evitó deliberadamente sentarse a mi lado en la cafetería, pude notarlo, pero sorprendí su mirada clavada en mí en un par de ocasiones, y no apartó los ojos, sino que sonrió levemente.

Ninguna de las chicas hizo ningún comentario o broma dirigido a nosotros, por lo que hube de suponer que no le habían dado la menor importancia al hecho de que nos fuéramos juntos el día de antes.

Cuando acabamos de desayunar, Lucía me tomó de un brazo, y me llevó a unos pasos de la algarabía de las otras chicas.

- Charlie, gracias.

- ¿Gracias? Mira, cielo, lo de ayer fue cosa de dos, y yo lo disfruté probablemente más que tú.

- No me refiero a eso, Charlie.

Se inclinó hacia mi oído:

- Ayer le eché a Luis el polvo de su vida, y después le dije que, o cambiaban las cosas, o habría divorcio, porque no estaba dispuesta ni un momento más a continuar así.

- ¡Jajajajajaja!, Lucy, no te conozco…

- ¡A ver! ¿Qué secretitos son esos?

Eva nos había pasado un brazo sobre los hombros a cada uno de nosotros. Miró fijamente a la otra chica, y sonrió, guiñándole un ojo.

- Bienvenida al club, querida.

No sé si Lucía entendió lo que había querido decir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario