miércoles, 26 de agosto de 2009

Al Salir de la Guardería. Eva

Una escuela infantil es un lugar lleno de oportunidades.
¡Espera!, no, no es lo que crees. Lo siento por los pedófilos, pero no va de niños, sino de sus mamás.

Mis amigos me llaman Charlie, y tengo 30 años. No me considero un Adonis, pero modestia aparte, creo que gusto a las chicas. Lo digo porque hasta que comencé mi noviazgo con Ana, no me faltó nunca compañía femenina. Después, bueno, debo confesar que me autoexcluí del "mercado", y le fui rigurosamente fiel hasta el momento en que ambos decidimos… pero esa es otra historia.

Tenemos una niña de cuatro meses, Fedra. (Ya sé lo que estáis pensando y tenéis razón, a mí también me parece un nombre demasiado rebuscado, pero Ana se empeñó, y… bueno, no iba a tener mi primera discusión con ella por tan poco).

Ambos trabajamos, y cuando nació Fedra, pasamos por lo de las externas que nos dejaban colgados un día sí y otro también, los dos faltábamos cada dos por tres al trabajo, y llegamos a plantearnos la posibilidad de que ella dejara su empleo. No es machismo; como veréis a continuación, podría haberme adaptado a convertirme en "amo de casa", pero de los dos sueldos, el mío era el mayor.

No hizo falta. En uno de esos giros inesperados del destino, me ofrecieron un ascenso, a condición de que aceptara el turno de tarde, y aquello nos vino de perlas. De manera que el arreglo es el siguiente: Ana trabaja de 8 a 15, y yo no comienzo hasta las 14, por lo que en las mañanas me ocupo de llevar a la niña a la guardería, hacer la compra, la comida, el lavado de ropa y, en fin, la mayor parte de las tareas que normalmente realizan las mujeres que solo trabajan en casa, excluida la limpieza, porque podemos permitirnos pagar a una mujer para que se encargue de ello a diario.

Bien, estaba diciendo que llevo por las mañanas a Fedra a lo que ahora llaman "escuela infantil", y ese fue el inicio de la historia que quiero contaros. No me sorprendió en absoluto que la mayor parte de las personas que acudían con sus hijos fueran mujeres porque, aunque la tasa de empleo femenino ha crecido bastante, aún hay muchas de las que en tiempos de mis padres declaraban como profesión "sus labores".

Primero fueron saludos corteses mientras esperábamos que abrieran. Luego, no sabría decir cómo, me encontré integrado en un corrillo formado por seis féminas, y me sorprendí a mí mismo comentando lo del dolorcillo de oídos de mi hija y esas cosas, como hacían las demás.

La segunda vez que coincidí con ellas en el bar donde yo tenía costumbre de tomar una taza de café antes de la compra, me pareció descortés no acompañarlas en la mesa que ocupaban, y aquello se estableció como costumbre. Bueno, debo decir en honor a la verdad que influyó también el hecho de que sorprendí miradas y risitas en mi dirección y, aunque entonces no tenía el menor propósito de intentar nada con ninguna, pues eso siempre halaga un poco el ego, ¿no creéis?

Me aceptaron como "una" más, y participé desde el primer momento en sus bromas, y hasta no tenían el menor empacho en comentar delante de mí lo estirada que les parecía aquella (normalmente, se trataba de mujeres de las que quitan el hipo, envidia cochina) o incluso pedirme mi opinión sobre algún tío (y entonces era yo el que resaltaba que tenía poco pelo, o algo así).

Llegó a no ser para mí ningún secreto cual de entre ellas tenía el período en un momento dado, quién andaba no muy a bien con su marido… en fin, creo que podéis haceros una idea.

Si esta fuera una de esas historias irreales, diría que las seis son una especie de bellezas a cual más atractiva, pero no lo es. De manera que habré de decir que se trata de chicas más o menos corrientes, aunque hay un par de ellas que destacan en mis preferencias, por distintas razones: Virginia, porque sin duda tiene el cuerpo mejor formado, y es una gloria verla en primavera, con sus pechos sueltos bailando bajo la blusa, y Eva, que llama la atención por su pecoso rostro simpático y pícaro, siempre sonriente.

No entendáis que la única gracia de Eva es su cara, no he querido decir eso. En realidad está también muy bien, en otro estilo. Pechos grandes, caderas amplias y muslos apetecibles (si es que los tejanos ajustados no engañaban, que no lo hicieron). La primera vez que le eché la vista encima, pensé que tenía un buen polvo, y pensé también que si no se cuidaba un poco, en pocos años podría convertirse en obesa. Pero en el momento presente, como he dicho, su cuerpo rellenito es de lo más sexy e incitante.

Una buena mañana, cuando reuníamos las monedas para pagar "a escote" el desayuno, Eva se encaró conmigo:

- Oye, Charlie, tengo que pedirte un favor. Resulta que había quedado con una amiga, pero tiene el niño enfermo, y no puede. Es que, verás, tengo que dejar el coche en el taller, y si no tienes nada que hacer hoy…

- Por supuesto, cielo. ¿De qué se trata?

- Se trata de que me traigas a casa desde el concesionario. Es que en el transporte público son dos trasbordos, y puedo echar toda la mañana.

- Claro que sí, no te preocupes.

Solo entonces advertí que las otras cinco estaban pendientes de nuestra conversación, y aquello desató una ola de chanzas: que "a ver qué hacéis los dos", que si "se trata de acompañarla SOLO hasta la puerta", ya os podéis imaginar.

Bueno, pues treinta minutos después, más o menos, esperaba a Eva ante el taller, cuando abrió la puerta de mi auto, se acomodó en el asiento, y me miró con gesto compungido:

- Charlie, que me ha surgido algo. Bueno, si tienes algo que hacer, no importa…

Pero se estaba abrochando el cinturón de seguridad, lo que equivalía a dar por sentado que no me iba a negar.

- No, mujer. Tan solo comprar el pan, no te preocupes.

- Es que me han llamado al móvil, que tengo que enseñar una casa a unos posibles compradores.

- Creí que no trabajabas…

- No se trata en realidad de un empleo. Verás, tengo una amiga que es socia de una agencia inmobiliaria, tiene más trabajo del que puede atender, y de vez en cuando me pide algo así, y si hago una venta, la comisión es mía. Será solo un momento, Charlie.

- Venga, mujer no te preocupes. Pero tendrás que indicarme cómo llegar…

No estaba lejos. Se trataba de un chalet individual, que me puso los dientes largos: cuatro dormitorios, tres baños, una parcela con piscina, garaje cubierto para dos autos, totalmente amueblado. Un sueño de 450.000, vaya.

Me lo enseñó todo mientras hacíamos tiempo (me refiero a la casa, malpensados). Media hora después de continuas consultas a su reloj, el posible comprador no había aparecido. Se la veía un poco violenta.

- Lo siento, Charlie, si tienes prisa vete, ya me las apañaré.

Me senté en uno de los sillones tapizados del salón, y ella lo hizo en el de enfrente.

- Ya te he dicho que no, no sufras, mujer.

Hubo un silencio de un par de minutos. Luego ella sonrió, y se inclinó en mi dirección:

- Oye, Charlie, perdona la indiscreción, pero es que siento curiosidad. ¿No te importa ser tú el que hace las tareas domésticas?

- Bueno, me llevo muy a mal con la aspiradora y la fregona, pero no sé si me has oído decir que tenemos una asistenta que se encarga de eso.

- ¿Y a tú mujer no le importa que estés tanto tiempo a solas con una chica joven?

- ¡Jajajajaja!, veo que en el barrio todo el mundo está al cabo de la vida de todos.

Se ruborizó.

- Lo siento, no era mi intención, es solo que ya sabes, las cosas se comentan… y en la "pandilla" hay alguna que conoce tu vida al dedillo.

- ¡Cuánto honor! No, verás, Ana no tiene el más mínimo recelo por ello. Me conoce muy bien, y sabe que yo no intentaré aprovecharme de la clásica situación de la sirvienta y el señorito.

- Cosas peores se han visto. Pero tienes razón en lo de que no se puede guardar ningún secreto en un sitio como el que vivimos. De hecho, puede que mañana seamos tú y yo la comidilla de todos, y eso que ignoran que no se ha tratado solo de llevarme a mi casa desde el taller…

- Bueno, supongo que debería importarte más a ti que a mí. Si es verdad lo que dices, igual puedes tener un problema con tu esposo.

- ¡Bah! –hizo con la mano el clásico gesto de apartar algo-. A estas alturas, Eduardo no se impresionaría lo más mínimo por tan poca cosa.

Me quedé mirándola de hito en hito, sin saber a ciencia cierta a qué se refería.

- Mira, mi marido y yo tenemos una especie de acuerdo tácito. No es que no nos queramos, pero sucedió algo. El año pasado, una "buena amiga" me contó que tenía un "lío". No acabé de creerlo hasta que un día los seguí a un hotel, donde pasaron casi tres horas.

- ¡Joder, Eva! ¿Y qué hiciste?

- Volví a casa hecha polvo, pensando en el divorcio, en qué sucedería con nuestro hijo, ya puedes imaginar. Por alguna razón, esa noche no le dije nada, aunque me revolvía la bilis ver al muy cabrón comportándose como si no pasara nada. Pero cuando me levanté a la mañana siguiente, lo vi todo de otra manera, y después tuve el día entero para pensarlo. Así que me enfrenté a él tranquilamente, le dije que sabía lo suyo, y que yo me consideraba desde ese momento autorizada a tener mis propias aventuras.

Me miró al rostro, y se echó a reír.

- ¡Jajajajajaja, te has escandalizado, Charlie! Pero… vamos a ver, ¿en qué mundo vives? ¿Crees acaso que en el siglo XXI aún se sigue llevando lo de la fidelidad "hasta que la muerte nos separe", y todo eso? Te sorprendería saber algunas cosas. Por ejemplo, en el bloque donde vive una de las chicas de la pandilla, no te diré cual, hay un vecino algo maduro pero de muy buen ver, solterón, que tiene una profesión liberal y trabaja en casa. Y, digamos, que ella pasa a hacerle compañía un par de veces por semana.

- Bueno, no me he caído de un guindo, y sé que esas cosas suceden…

- Con más frecuencia de la que imaginas. A ver si adivinas… ¿Quiénes de las chicas son "algo más que amigas"?

- ¿Quieres decir?…

- Eso mismo. Que se montan las dos solitas de vez en cuando una fiestecita en casa de alguna de ellas, en la que los consoladores tienen un papel relevante, ya me entiendes.

«Si tú supieras… -pensé»

Conseguí en ese momento atrapar una idea que me andaba rondando desde hacía unos segundos: lo de llevar su auto al taller había sido cierto, pero no lo de los compradores. Eva me había llevado allí con un propósito definido, y la idea consiguió que comenzara a empalmarme.

La miré de otra manera: sus piernas cruzadas resaltaban la rotundidad de sus muslos; los tres botones desabrochados de su blusa, lo estaban de seguro con la intención de que, inclinada como estaba, yo tuviera una panorámica de casi la mitad de sus pechos.

- ¿Qué me miras? –preguntó con una pícara sonrisa.

- Te estoy contemplando por primera vez como mujer, Eva, y lo que veo me gusta mucho…

Se pasó la lengua por los labios, en un gesto de lo más incitante.

- Ya. Después de lo que te he contado, piensas que soy una mujer fácil.

- No, pero creo que me arriesgaré a recibir un guantazo. Ven, siéntate a mi lado.

Lo hizo, con una mirada insinuante.

- ¿Y ahora?

Por toda respuesta, comencé a desabrochar el botón superior de sus tejanos ajustados como una segunda piel, y ella contuvo la respiración para facilitarme la labor. Descorrí la cremallera muy despacio, casi diente a diente. Debajo había un tanga de color negro, que apenas alcanzaba a cubrir el sexo. No se distinguía ni sombra de vello púbico, al menos hasta el elástico de la minúscula braguita. Y ella seguía sonriendo, con el gesto pícaro que me había atraído desde el primer instante.

Me arrodillé entre sus piernas, y desabroché sus sandalias muy despacio. Pies cuidados, con las uñas pintadas de color malva. Tomé el derecho, y lo cubrí de besos. Luego introduje su dedo pulgar en mi boca, y lo rodeé con la lengua. Eva comenzó a revolverme los cabellos con las dos manos.

- Creo que no habrá guantazo, Charlie. Mmmmm, sigue, me encanta…

Repetí las caricias en el otro pie. Cuando alcé la vista, no quedaba ni un solo botón en su lugar. A través de la blusa abierta, pude contemplar un sujetador a juego, que apenas podía contener el tamaño de sus senos, y que dejaba al aire una porción de las dos aréolas oscuras.

Hizo deslizar el trasero, hasta que quedó casi tumbada, con solo la cabeza en el respaldo, y los muslos muy separados. La costura de la entrepierna se introducía sugerentemente en su sexo, y a ambos lados resaltaba el abultamiento de sus labios mayores.

Comencé a tirar muy despacio de los bajos de sus pantalones. Apoyó las dos manos en el asiento y elevó el culito, manteniéndose a pulso hasta que la prenda terminó de pasar bajo sus nalgas, y finalmente los tejanos quedaron en mis manos. La delantera de su braguita, que tenía marcada la raya de la vulva, iba disminuyendo su anchura hasta convertirse en una tira muy estrecha, que desaparecía entre sus glúteos.

- ¡Eh!, me toca a mí. Ponte en pie.

Le obedecí, y ella siguió parecido proceso: desabrochó la hebilla de mi cinturón con dedos hábiles, soltó la presilla y bajó la cremallera, dejando al descubierto el abultamiento de mi slip. Me dedicó una mirada insinuante, y después atrapó la protuberancia entre sus dientes, sin apretar.

Estiró del elástico, y miró dentro. Silbó apreciativamente, y después se puso en cuclillas; pantalón y slip al mismo tiempo fueron a parar a mis tobillos, y mi erección quedó al descubierto, con el glande a menos de cinco centímetros de su boca.

Lo tomó y deslizó la mano hacia atrás. Me dirigió otra mirada, y se lo introdujo en la boca. No era la primera vez, se notaba a las claras, y además disfrutaba con ello, aunque supongo que menos que yo. Un par de minutos después, soltó mi "caramelo" y se sentó en el sofá, en una posición muy similar a la de antes. Se quitó el sujetador, y después, con una sonrisa insinuante, me hizo la clásica seña con el dedo índice para que me acercara. Cuando lo dice, puso las dos manos en mis hombros, obligándome a arrodillarme entre sus piernas. Yo no sabía muy bien cuales eran sus intenciones, pero le dejé hacer.

Tomó nuevamente mi pene con una mano, y lo colocó en el canal entre sus dos grandes pechos. Luego los estrujó con las manos, apresando mi erección entre ellos, e inició un ligero movimiento de su cintura, que conseguía hacerlo entrar y salir de entre sus senos. De vez en cuando, en el momento en que asomaba por la parte superior, inclinaba la cabeza y lo atrapaba entre sus labios.

- ¿A que no te habían hecho antes algo así? –preguntó con un gesto de malicia.

- Es que mi mujer no tiene tu abundancia, cariño, y más vale que lo dejes porque estoy a punto de hacerte un regalito…

Efectivamente, me encontraba a un paso de derramar mi carga, de manera que lo mejor era descansar. Pero Eva se merecía un tratamiento similar al que terminaba de hacerme, por lo que llevé las manos a la cinturilla de sus braguitas; ella se elevó ligeramente, y cuando hubieron pasado por debajo de sus glúteos, subió las piernas en ángulo recto. Cuando terminé de extraerlas por sus pies, separó los muslos, y comenzó a acariciarse sensualmente.

Le permití hacerlo durante unos instantes, porque se trataba de un espectáculo… su sexo es de los que están provistos de unos grandes labios menores, que sobresalen de modo visible aunque no estén tan turgentes y abultados como lo estaban en ese instante. Sus dedos los recorrían de arriba abajo, insinuando de vez en cuando una penetración con el extremo de su dedo índice.

Retiré su mano, y la sustituí con mi lengua. Sus dedos fueron a mis cabellos, y cada una de mis lamidas en el rosado interior de su vulva era acompañada por una especie de contracción de su pelvis, que venía al encuentro de mi boca, y un gemido en tono bajo, que se iba elevando poco a poco. Cuando cerré los labios sobre su clítoris, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, y no tardó en contorsionarse cuando le invadieron las contracciones de un intenso orgasmo.

Segundos después, aún jadeante, abrió los ojos y me dedicó una de las sonrisas pícaras que me habían atraído desde que le eché la vista encima por primera vez. Se tendió en el sofá con las piernas muy abiertas, y comenzó a acariciarse el sexo. Era todo un ofrecimiento, que no desaproveché. Me arrodillé entre sus piernas, elevé su trasero con una mano hasta dejarlo apoyado en mis muslos, y guié mi pene inflamado hasta la abertura húmeda que lo esperaba.

Insinué una penetración sin completarla, e hice deslizar mi glande arriba y abajo por la invitante abertura. Segundos después, dejé resbalar mi erección hasta la mitad en su lubricado conducto, y su cuerpo se arqueó, mientras fruncía los labios en un gesto de placer expectante. Repetí la operación varias veces, y finalmente le enterré profundamente mi dureza, quedándome quieto, disfrutando de la sensación del abrazo íntimo de su vagina.

Después de unos instantes, comenzó a contraer espasmódicamente la pelvis, gimiendo en tono bajo, mientras se acariciaba el clítoris. A esas alturas, yo estaba ya al mismo límite, y me dejé llevar por el instinto que me impelía a bombear cada vez más rápido, cada vez más profundo… hasta que se produjo una especie de estallido en mi interior, y descargué en su interior el producto de mi excitación extrema. Sus gemidos de placer eran como un sonido de fondo que incrementaba aún más mi fiebre, y su cuerpo se convulsionó entregándose a un nuevo orgasmo.

☼ ☼ ☼

El tiempo se nos había pasado volando, y era ya muy tarde cuando nos vimos de nuevo en mi auto. Eva posó una mano sobre mi muslo, y lo acarició suavemente.

- No sé qué opinión te habrás formado de mí…

Le besé ligeramente los labios.

- Pues mi opinión es que eres una mujer muy bonita y sensual, que me ha encantado disfrutar de tu cuerpo y que… bien, que no dejes de avisarme si tienes que enseñar otra casa amueblada a los compradores, sobre todo si estos no van a venir.

Echó la cabeza hacia atrás, riendo con ganas.

- ¿Tan evidente ha sido? ¡Qué vergüenza!.

Pero no parecía avergonzada en absoluto, sino que me miraba fijamente con otra de sus sonrisas seductoras iluminando su rostro pecoso.

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